29 de enero de 2007

Carta de un simio

Permítanme que me presente: soy un humilde simio de tamaño mediano (no llego a la categoría de “gran simio”) que ha tenido conocimiento por los medios de comunicación que el Congreso de los Diputados de un país llamado España se ha presentado una propuesta parlamentaria para concedernos “derechos humanos”.
A pesar de que no dudo de la buena intención de los propulsores de la iniciativa, en nombre de mis congéneres les agradezco la idea, pero les ruego encarecidamente que no la lleven a cabo, por las razones que a continuación les expongo. Vamos, que si de nosotros depende, va a ser que no, como dicen ustedes.
Después de observar los “derechos humanos” de que disfrutan las tres cuartas partes de los habitantes de su especie en todo el mundo, hemos pensado, tras algunas reflexiones breves pero profundas, que preferimos declinar su amable invitación al mundo de los “derechos humanos”.
Nosotros los simios no nos vemos obligados a trabajar de sol a sol en la mayor parte de nuestros territorios para que otros simios con más poder o más fuerza se lleven el fruto de nuestro trabajo y nosotros acabemos por morir de hambre. O nos lo arrebaten con las armas, porque nosotros los simios nunca vamos armados. Ya ven que, de alguna manera, estamos más civilizados, si se me permite la expresión.
Nosotros los simios no nos tenemos que preocupar por cubrir nuestros cuerpos con ropa de moda que nos distinga a unos de los otros y sirva para establecer jerarquías sociales basadas en clases y distinciones por razón de estatus, género, profesión, religión o nacionalidad. Somos simios; nuestra vida es sencilla.
Nosotros los simios vivimos sin contaminación, al aire libre, y en ninguno de nuestros territorios nuestras hembras se ven obligadas a prostituirse para conseguir sobrevivir, ya que entendemos el sexo como algo natural y placentero, y nos dejamos guiar en todo momento por el instinto, sin mancillar a nadie ni sentir remordimientos.
Nosotros los simios no vivimos sometidos a una sociedad de consumo que nos presiona a intentar, al precio que sea, conseguir cosas que no necesitamos, pues la madre naturaleza nos proporciona todo aquello que realmente nos hace falta. Esto siempre que ustedes, claro, no despojen nuestro habitat natural talando nuestros árboles o desertizando nuestro ambiente en nombre de esos “derechos humanos” de los que nos quieren hacer partícipes.
Nosotros los simios no entendemos mucho de banderas y de himnos, somos ignorantes y no comprendemos muy bien su importancia, así que nunca emplearíamos nuestra fuerza, daríamos nuestra vida o quitaríamos la de otros simios por defender los colores de una bandera; solo lo haríamos por defender a nuestros hijos de sus depredadores, sean animales o humanos.
Es cierto que muchos de los nuestros viven encerrados en jaulas, lo cual es denigrante e insoportable, pero han sido siempre los humanos los que nos han metido en ellas para su propio deleite o exhibición, sin que nosotros hayamos hecho mal alguno por merecerlo. Sin embargo veo que ustedes sí se encierran en jaulas los unos a los otros, siendo todos de la misma especie y disfrutando de esos derechos humanos de los que quieren hacernos partícipes, se torturan y se matan entre ustedes por pertenecer a un país, una raza o creer en algo diferente, y eso que todos, repito, disfrutan de eso que llaman derechos humanos.
Digamos que nosotros los simios somos todos de la misma categoría, y comemos más o menos lo mismo, y nos guarecemos de la lluvia y de las inclemencias del tiempo en lugares parecidos y sin embargo, ustedes, poseedores de “derechos humanos”, establecen abismales categorías, unos tiran la comida al mar para hacer subir los precios mientras otros mueren de hambre, unos trabajan como esclavos mientras otros viven en la más absoluta opulencia sin trabajar ni hacer nada para merecerlo, en fin, que parece que entre esos derechos humanos que nos quieren invitar a compartir no figura la igualdad, ni la solidaridad, ni la justicia, ni muchas de las cosas que nosotros, en nuestra humilde animalidad siempre hemos poseído.
Así que, señores diputados del Parlamento español y de cualquier otro parlamento del mundo que nos quiera ofrecer derechos humanos, les agradecemos la invitación pero la declinamos cortésmente. Aunque, por cierto, si tuviéramos civilizados parlamentos y democráticos gobiernos como los de ustedes, no dudaríamos en ofrecerles “derechos simiescos”. Pero, claro, como no tenemos “derechos humanos” tampoco tenemos gobiernos ni parlamentos. Y ya ven, no nos va tan mal.

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