22 de junio de 2008

Jóvenas, miembras y monomarentales

Escribo con el programa Word, como casi todo hijo de vecino en estos días, y al escribir el título de mi columna de hoy el corrector automático me ha subrayado en rojo con estrépito (hasta me ha parecido escucharle un grito de espanto) todas sus palabras e incluso se ha permitido el lujo de cambiarme él solito la última y sustituir la segunda m por una p, pensando que se trataba de un lapsus o una errata del zoquete que esto escribe. He reconvenido al corrector de mi ordenador, y le he llamado machista, sexista y maltratador de “género”. A ver si aprende que sí existe, que lo dice el gobierno.
Claro, que el pobre corrector no tiene la culpa pues se limita a subrayar lo que en su ingenuidad piensa que no existe en la lengua castellana, y podría tener sentido si se tratara de necesarios neologismos aún no recogidos por la Academia, que según su proceso de elaboración debe esperar varios años para constatar su real implantación en el lenguaje de los hablantes, incluirlos en el diccionario y así perder su condición de neologismos.
Es evidente que todas las lenguas cambian y evolucionan, pero estas mutaciones responden, entre otros factores, a necesidades de comunicación y suelen producirse en un proceso de evolución espontánea. Pero desde luego no suelen- o no deberían- producirse jamás a consecuencia de la ignorancia de unos políticos que, en la soberbia que les proporciona el poder, se arrogan, en un intolerable gesto de despotismo, hasta la potestad de intentar cambiar una lengua.
Lo de las “jóvenas” lo he encontrado en el nombre de una asociación cordobesa llamada “Colectivo de jóvenas (sic) feministas”, que reivindican, entre otras sandeces, la imposición de las palabras “lideresa”, “marida” y “miembra”. Desconozco el predicamento con el que contará este colectivo (¿o debería decir “colectiva”?), pero he averiguado que en el año 2006 obtuvo el Premio Meridiana, por “su compromiso feminista en la lucha por la igualdad, los derechos y la dignidad de las mujeres”. Me conforta saber que el premio no es por méritos de excelencia lingüística.
No voy a extenderme ahora en explicar lo que en gramática se llama un marcador o morfema de género, o lo que es el género epiceno, algo que cualquier estudiante de los primeros años de secundaria debe saber, pero que parecen ignorar por completo nuestras comprometidas “jóvenas” de Córdoba. Tal vez no han alcanzado ese grado de escolarización o el día que se dio el tema en la clase de Lengua faltaron a clase, qué culpa tienen ellas.
A quienes sí supongo en posesión del título de bachillerato (o “bachillerata”) es a nuestra simpatiquísima y “jóvena” Ministra de Igualdad, y a la Directora General del Instituto de la Mujer, responsables de los dos últimos regüeldos lingüísticos, el último recogido ya en una resolución del BOE de fecha 29 de abril de 2008, para darle mayor oficialidad a la cosa. Las “familias “monomarentales” supongo que son las que cuentan con una sola madre, cosa bastante frecuente en nuestra cultura, pues, como es bien conocido por la sabiduría popular, madre no hay más que una. Y como coherencia obliga, en próximas resoluciones legislativas deberán hablar de los parientes y las “marientes” (o “marientas”, no sé), o de la parentela y la “marentela” y así podríamos seguir por un buen rato. No sé si con estas simpáticas ocurrencias de nuestros políticos se promueve realmente la igualdad y se combate el machismo, pero desde luego sí se fomenta bastante el entretenimiento y la risa en la calle, lo cual siempre es positivo, relaja los ánimos y ayuda a sobrellevar la crisis. Si no que se lo pregunten a la señora Bibiana, de profesión ministra, los buenos ratos que nos ha hecho pasar a todos con lo de las famosas “miembras”
Y ya que parece que el gobierno se ha atribuido la potestad ya imparable de modificar e innovar nuestra lengua, cosa que ya empezó a hacer cuando decidió que los hombres y mujeres no teníamos sexo, sino género, en la famosa Ley de Violencia de idem, no sé a qué espera para empezar a utilizar, preferiblemente en el BOE, términos como “heterogenéricos” y “homogenéricos” en lugar de homosexuales y heterosexuales, “transgenéricos” en lugar de transexuales y “bigenéricos”, en lugar de bisexuales. Un mínimo de coherencia, por favor. Si quieren renovar nuestra obsoleta y trasnochada lengua por decreto, no lo hagan a medias. Las cosas se hacen bien o no se hacen.

6 de junio de 2008

Justicia rara

Dicen que la justicia es privilegio de dioses, pero como ellos no parecen muy dispuestos a impartirla como Dios manda, y nunca mejor dicho, por ahora y mientras no haya una disposición universal contraria, habremos de conformarnos con la humana. Y de la humana se ocupan jueces, magistrados, tribunales, leguleyos de toda laya…en fin, lo que de una forma general se conoce como juristas. Como no pertenezco a tan respetable gremio, puede que para algunos todas las opiniones que vierta a partir de este momento queden descalificadas como propias de un inexperto, desconocedor o ignorante. Puede ser, pero como miembro de una sociedad democrática, de la que se supone debe emanar esa justicia, y considerándome en pleno o al menos parcial dominio de buena parte de mis facultades mentales y hasta algo de sentido común (no demasiado, no vayamos a exagerar), añadido al hecho de que la ignorancia es atrevida pues eso, que me atrevo a opinar. Así que me de dejo ya de disgresiones preambulares y voy al grano.
No entiendo nada. No entiendo como en un país moderno, del que nuestros próceres políticos no se cansan de alabar sus excelencias en materia de modernidad, desarrollo y eficacia, campen a sus anchas por las calles delincuentes de todo pelaje: maltratadores, xenófobos, nazis, pedófilos, violadores, asesinos…con antecedentes penales, convictos de delitos anteriores, reconocidos socialmente como un peligro público, y todos tan contentos. No hace falta recordar el reciente trágico caso de la niña Mariluz de Huelva o del cafre neonazi agresor de la emigrante en el metro de Barcelona, que después de que toda España vomitara viendo las imágenes en televisión, él seguía –y tal vez sigue- pavoneándose por las calles y los bares. Por no mencionar a los chorizos de despacho, traje y corbata, corruptos y mafiosos que acumulan cientos de causas penales esperando su turno en el cajón de un despacho, y mientras tanto, a seguir trincando. Porque con un poco de suerte, y dada la velocidad de la justicia, para cuando salga el juicio el acusado ya está criando malvas o bronceándose con dos mulatas en una playa de Brasil. No, no entiendo nada.
Tampoco entiendo que en nuestro país, una señora, por el hecho de ser hermana de una princesa, cuestión y asunto bastante involuntario y en el que ella no ha puesto arte ni parte, tenga que soportar a diario una plaga de esos moscardones carroñeros llamados paparazzi, que le vayan metiendo micrófonos en la boca y cegándola con flashes para acabar sus fotos adornando las portadas de la prensa rosa, o sea, la del corazón y otras vísceras. Que Telma Ortiz deba renunciar a dar tranquilamente un paseo por la calle, como podemos hacer usted o yo, y que haya pasado a ingresar, de forma totalmente involuntaria e indeseada, en la cárcel de la popularidad más nauseabunda. Y que cuando implora esa libertad, los jueces se la nieguen y la condenen probablemente al exilio. Su delito: tener los mismos padres que una persona famosa. Los sabios jueces así lo dicen. No entiendo nada.
Menos aún entiendo la última sentencia del Tribunal Constitucional, referida a la Ley de Violencia de Género, llamada así porque los políticos también se permiten modificar nuestro idioma, pasarse por el forro los consejos de la Real Academia de la Lengua y han decidido que ahora las personas no tienen sexo, sino género, como si fuéramos conceptos gramaticales. Pues bien, su sentencia avala que el Código Penal establezca diferentes penas para el mismo delito dependiendo de que éste lo cometa un hombre o una mujer. Como nuestro sistema es tan progre, no hace falta decir qué “género” se lleva el palo más gordo. Menos mal que tenemos Ministerio de Igualdad, asunto del que me ocuparé otro día. Y como sigo sin entender nada, me planteo algunas preguntas. Sí que comprendo –a pesar de mi manifiesta ignorancia- que el abuso de la superioridad física o situación de poder deba castigarse con mayor severidad, pero ¿no existe en Derecho algo llamado agravantes y atenuantes? Teniendo en cuenta la sesuda sentencia, si la mujer mide metro noventa y es luchadora de sumo, y el hombre es un anciano inválido de metro cincuenta, ¿tendría éste último mayor castigo si ambos se agrediesen? Y me acaba de asaltar una duda que me quita el sueño. En el caso de que el agresor sea transexual (que según el gobierno debería llamarse transgenérico, supongo), ¿se le aplicará la pena correspondiente a su primer “género” o al segundo? ¿A que no habían pensado en eso? Pues ya saben, señores del poder legislativo y judicial: a deliberar. A impartir justicia de la buena.