28 de mayo de 2009

Benedetti, el poeta de casi todos

No recuerdo quién dijo que se dicen tantas cosas bonitas en los funerales de la gente que lamentaba no poder estar presente en el suyo propio para poder escucharlas, y total por cuestión de horas. Afortunadamente no es el caso de Mario Benedetti, que nos dejó ayer tras una larga vida regalándonos su poesía, su compromiso y su dulce bonhomía. Del él se ha dicho todo, y ha sido dicho por todos, porque no recuerdo un poeta que haya gozado de tal fervor y admiración popular. Era (y es y será) el poeta más cercano, el más directo, el más diáfano, el más popular, el que mejor arañaba el corazón de un certero flechazo de palabras simples, sin artificios oscuros, con poemas que se dejaban leer con la claridad de un haz de luz, y que al tiempo llegaban al alma con la fiereza de una espada afilada empuñada contra el poderoso y el déspota.
Puedo decir, como supongo que podrán decir muchos de ustedes, que se me ha muerto mi poeta. Empecé leyendo sus “Poemas de la oficina”, precisamente en los años en que yo también trabajaba como administrativo en unas oficinas, y, al leer sus poemas al final de una jornada entre facturas y balances, sentía tal complicidad en sus palabras que pensaba que aquel hombre me había estado leyendo el pensamiento y había plasmado magistralmente en un papel lo que yo había sentido aquel día y hubiera querido escribir. Y lo mismo cuando escribió sobre el primer amor, el amor largo y el breve, el desamor, el disfrute del helado de vainilla, la indignación ante la injusticia, o sobre el sexo, o la grandeza de París, el whisky o Claudia Cardinale, que es lo que nos quedaría el día que más tarde o más temprano tuviéramos que quemar las naves de la vida, las que él acaba de quemar. Por eso me ha venido acompañando a lo largo de mi vida, y era raro el día que no estuviera alguno de sus libros en mi mesilla de noche o al alcance de la mano.
Era tan cercano, tan próximo, tan escandalosamente popular que se le entendía todo a la primera, y si uno se detenía en la lectura de un verso dos, tres y hasta cinco veces, no era para intentar desenmarañar el significado oscuro de un sesudo galimatías retórico o intelectual, sino para volver a disfrutar de sus deliciosos disparos al corazón, o sonreir con su elegante humor más anglosajón que latino, o empatizar con él en su lucha constante y comprometida contra la injusticia y la explotación del hombre. Implacable hacia el poderoso, solidario con los más desfavorecidos y tierno con lo cotidiano, se ganó la admiración y cariño de todos, o mejor dicho, de casi todos. Por un lado se granjeó la enemistad de los acólitos de los dictadores y tiranos que nunca dejó de señalar en rojo con su pluma, que podía ser tan dulce con la alegría de la vida como demoledora con la tiranía y la ignominia. Y por otra también se granjeó el injusto desprecio de algunos intelectuales pedantes de voz engolada y oscura, que jamás le perdonaron su portentosa popularidad que hizo que fuera leído, comprendido y querido por todos, desde el campesino hasta el catedrático, desde el músico bohemio hasta el contable. Era querido porque, sin dejar de mostrar una exquisita elegancia, era sencillo y de una bonhomía tan terrenal que parecía incompatible con la categoría de un intelectual de su talla. Tal vez por eso, porque la popularidad y el cariño de las masas son difícilmente perdonables para algunos intelectuales de chistera, maneras altivas y gesto huraño, por lo que el poeta más popular en lengua española de las últimas décadas nunca ganó el Premio Cervantes, mientras lo hicieron otros prácticamente desconocidos, hecho que ensucia y desprestigia el nombre y ecuanimidad de nuestro galardón más notorio de las letras hispanas. Mario Benedetti era demasiado humano y demasiado bueno, en todos los sentidos posibles de la palabra, por eso se fue de este mundo sin pronunciar en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el discurso que todos hubiéramos querido escuchar. Pero el pueblo llano, el indudable destinatario de su poesía, hace muchos años que le bendijo y se lo dio en su veredicto.
Mario Benedetti, el hombre, se nos ha ido. Pero siempre nos quedará su inmortal palabra y su compromiso. Gracias por todo, poeta, amigo.

30 de marzo de 2009

Benedicto y los condones

Acaba de regresar Benedicto XVI, más conocido como “El Papa”, de una exótica tournée por Camerún y Angola, países que no se caracterizan precisamente por su lujo y opulencia, así que el contraste con la suntuosidad de su palacio en el Vaticano le habrá resultado especialmente atractiva.

No tengo nada contra que este señor, al que muchos católicos –me consta que no todos- consideran el representante de Cristo en la Tierra, haga turismo y se pasee por la África más pobre. Lo que más me preocupa es que este hombre, de singular influencia en el planeta, se dedique a impartir doctrina de manera tal que quede en evidencia que vive mucho más cerca de ese Dios ostentoso y palaciego de sus curias romanas que del ser humano, incluso de aquél que practica la fe que él se atribuye representar como máxima autoridad. Y que esa doctrina, además de rancia y apolillada hasta el esperpento, incluso para sus correligionarios, llegue a ser tan incendiaria que pueda llevar a la muerte a millones de seres humanos, que deberán ser añadidos a los de la ya tortuosa historia de la Iglesia Católica, desde las Cruzadas a la Santa Inquisición. Antes con espadas y fuego; ahora con la palabra.
Creo que saben a lo que me refiero. Este vez Benedicto, una vez más y en su sempiterna obsesión, ha querido instruir a los negritos camerunenses y angoleños sobre sexualidad, que viene a ser algo así como si yo me propongo enseñar a jugar al tenis a Rafa Nadal. Y ha vuelto a decir lo de siempre, que nada de fornicio, que la abstinencia es muy sana, santa y recomendable, y sobre todo, que de condones nada, que su distribución gratuita agrava el problema del sida. Vaya por Dios, y nosotros sin saberlo.
Don Benedicto, el problema de su discurso no es que sea una solemne majadería, y que vaya contra todos los estudios científicos y hasta contra el sentido común. No, ese no es el problema. El problema es que es muy, pero que muy peligroso. Porque, para el infortunio de ellos mismos, muchos de sus fieles le harán caso, pero no en lo de la abstinencia, ya que la carne es débil, sino en lo del condón. O sea, en lo del “no condón”.
Porque como usted probablemente sabe, y si no se lo digo yo, la jodienda no tiene enmienda, y ni falta que le hace. En los países que Su Santidad acaba de visitar, y en muchos otros, no abundan precisamente los placeres de la vida a los que puedan acceder millones de sus habitantes, cuya lucha diaria es la supervivencia, el conseguir un plato de comida, el batallar diario contra el hambre y la miseria más absoluta, el no morir devorados por enfermedades mortales que en esta parte del mundo tenemos erradicadas. Su vida, don Benedicto, es muy dura y casi siempre corta. Así que no sea cruel y no intente privarles de uno de los pocos placeres que la naturaleza les concede sin dinero a cambio ni sacrificio, y que no es otro que el de la placentera coyunda. Sí, Su Santidad, ya sé que es pecado, pero como pecado es bastante gozoso, y a pocos hombres y mujeres africanos de sangre caliente va a lograr disuadir usted de practicar el alegre fornicio, aunque a cambio les prometa el Paraíso en la otra vida. Ya sabe, más vale pájaro en mano que ciento volando, y tómelo en el sentido que más le guste.
Quiero aclarar a mis sufridos lectores que siento un profundo respeto por muchos católicos de buena fe, y nunca mejor dicho, y por la forma que cada cual quiera vivir su espiritualidad, sea esta la que sea, pero especial admiración por aquellos que se dejan la piel y hasta la vida en misiones humanitarias donde piensan que son más necesarios, que subsisten con lo puesto, y que viven y mueren al lado de las gentes a las que asisten, en un formidable compromiso tan espiritual como humano. Y me refiero a las monjas de Calcuta, a Vicente Ferrer, a Pere Casaldáliga…Pero nunca he podido entender que tendrán que ver estos admirables seres humanos con los mercachifles de Roma, ni como pueden viajar en el mismo barco que los cocodrilos del Vaticano, que decía mi entrañable Mario Benedetti. Mi admiración por ellos contrasta con mi desprecio por Benedicto y sus acólitos, que con sus inflamables palabras, ha hecho una más que probable contribución a la propagación del sida en África. Definitivamente, se me antoja que Benedicto XVI es un sujeto peligroso. De seguir en esa línea, mejor que no salga de su palacio papal.

15 de marzo de 2009

Nada

No es una broma. Seguramente ustedes también lo han visto en los telediarios o leído en los periódicos. Seguramente ustedes también se han pellizcado, para verificar que el vino de la comida o el viento de Levante no les estaba jugando una mala pasada y provocando alucinaciones. Pues no; es cierto. Verdadero. Auténtico. En el Centro Cultural Pompidou, de París, han inaugurado una exposición dedicada a “La Nada”. Y la verdad es que su contenido no puede ser más coherente con el título: en ella no hay nada, absolutamente nada. Paredes blancas, totalmente vacías. Nueve salas, enteritas. Es magnífico, genial, inconmensurable. El arte en estado puro.
Que la estulticia del ser humano no tiene límites es algo que ya sabemos. Basta con hacer un análisis sosegado al final de la jornada sobre las cosas que hemos hecho durante el día para confirmarlo, si tenemos un mínimo de autocrítica. Al menos a mí me pasa. Pero hechos públicos, notorios y de trascendencia internacional como la exposición de marras, nos ponen demasiado en evidencia y nos destapan nuestras miserias mentales de forma realmente inquietante.
Pero vuelvo a la antológica exposición de paredes blancas, sobre “La Nada”. Parece que para tan extenuante trabajo han sido necesarios ni más ni menos que ocho artistas, aunque no he llegado a comprender bien en qué consiste su trabajo en una exposición de tales características. ¿Quitar el polvo a las paredes o darles una mano de pintura? ¿Pasar el escobón por los pasillos del museo? El caso es que los artistas tienen nombre y apellidos, que se los doy para que los tengan en la estima y consideración debida. Son Art & Language (1968), Robert Barry (1936), Maria Eichhorn 1962, Bethan Huws 1961, Robert Irwin 1928, Yves Klein 1928-1962, Roman Ondák 1966 y Laurie Parson. Como pueden ver alguno de ellos está muerto y lleva criando malvas hace casi cincuenta años, lo cual nos da una somera idea del esfuerzo colectivo que ha sido necesario para llevar a buen término tan grandiosa obra.
Según reza la descripción de la exposición, “estos autores intentan transmitir el vacío como sensación, sintetizar el epicentro del arte conceptual y del minimalismo, modificar una experiencia común como es ir a una exposición o utilizar el vacío como protesta radical”. Acojonante. Excelso. Sublime. Se me acaban los adjetivos.
Seguramente habrán cobrado una pasta y probablemente del erario público, pero admitamos que esta vez el parné está bien empleado. Estos genios se lo merecen. Parece que el objetivo es que el visitante, ante la contemplación de las paredes desnudas, dé rienda suelta a la imaginación y haga la construcción mental de lo que quiera.
Propongo, desde ahora mismo, hacer extensiva esta original forma de concebir el arte a todas sus ramas y manifestaciones. La Literatura, por ejemplo. Libros de cuatrocientas páginas todas en blanco, desde la primera hasta la última. El lector desarrollará la imaginación cantidad, se inventará principios, nudos y desenlaces a su antojo, además de la inestimable ventaja de salvar cualquier barrera idiomática, y al tiempo seguir cumpliendo la siempre importante función de cualquier libro que se precie: decorar las estanterías del salón. Es cierto que Carmen Laforet escribió hace muchos años una galardonada novela titulada “Nada”, pero el título era engañoso e incoherente: lo abrías y estaba lleno de palabras. Y además muchísimas. Todo un fraude.
¿Y qué me dicen del teatro? Uno paga su entrada, se acomoda en la butaca, se abre el telón y contempla el escenario durante dos horas completamente vacío. Sencillamente excelso. La sublimación del arte dramático. Imaginación, señores, pura imaginación. ¿Y conciertos sin instrumentos, músicos ni música? Silencio total. Sin duda mucho mejores que la inmensa mayoría de los que la tienen, y mucho más baratos.
Sí, ya sé lo que están ustedes pensando: que no soy coherente con mi propuesta. Que mi artículo de hoy debería haber salido en blanco, con el título pero sin una sola letra. Que no he sabido incorporarme a las tendencias actuales del arte y no les he permitido desarrollar su imaginación, que soy antiguo y trasnochado. Y sobre todo, que ustedes habrían salido ganando. Pues sí, la verdad: tienen ustedes toda la razón. Mis más sinceras disculpas.

2 de marzo de 2009

Con un par

Sí señor, con un par...de cojones. Emilio Gutiérrez, que ha pasado a ser conocido como el “héroe de Lazkao”, actuó la semana pasada como cualquier ser humano al que en un momento dado le hierve la sangre ante la indignante chulería de unos mamarrachos desalmados, e hizo lo que le salió del alma y debía. Sí, lo que debía, sin tener que matizar su conducta con peros ni matices, y probablemente se quedó corto.
Por si se da el improbable caso de que algún lector no esté al corriente de los hechos, les hago un sucinto resumen. Emilio Gutiérrez, vecino de Lazkao, municipio vasco, vivía en el piso superior de la sede socialista que los angelitos de ETA reventaron con una bomba la semana pasada, en su ya habitual método de campaña electoral al que nos tienen acostumbrados. Su piso, que llevaba años preparando, amueblando y dejándose su salario y ahorros en hacerlo habitable, no salió mejor parado que la sede socialista. Lo convirtieron, básicamente, en un montón de escombros. La legítima y justa indignación le pudo, así que, ni corto ni perezoso, se dirigió con un mazo y dos cojones a hacer lo propio a la Herriko Taberna del pueblo, ese lugar donde los cachorros descerebrados de las ratas de ETA celebran tomando txikitos y champán cuando sus valientes gudaris revientan con una bomba o con un tiro en la nuca el cuerpo y el alma de cualquier ciudadano inocente que tenga la osadía de no pertenecer o compartir las delirantes ideas de su jauría de alimañas.
Vaya por delante mi admiración hacia el ciudadano Emilio Gutiérrez, y mi más absoluto repudio y desprecio a politicastros de toda laña y condición, así como a periodistas entregados a la tiranía de lo políticamente correcto, y que, en un indecente fariseísmo, han condenado el acto de Emilio, endulzando ligeramente su condena con una tibia “comprensión”. La ciudadanía en general, mucho más razonable, sabia y lúcida que los sujetos que dicen representarla, ha aplaudido con vehemencia la actuación de Emilio, y las muestras de apoyo y solidaridad a él y su familia se propagan por internet a velocidades vertiginosas. Añado la mía, sin ningún tipo de peros.
Aducen los políticos y periodistas tibios y timoratos que Emilio no debió tomarse la justicia por su mano. Y entonces, ¿quién hace justicia a Emilio? A fin de cuentas, él sólo ha perdido su casa. Ha tenido suerte. Pero, ¿quién hace justicia a los ochocientos muertos de la banda criminal? ¿Existe la justicia en el último territorio de Europa sin libertad ni democracia? A la hora de escribir este artículo no sé cuál habrá sido el resultado de las elecciones vascas, pero sí puedo afirmar, que, sea cual sea, tendrá poco que ver con la democracia real. ¿Cómo pueden calificarse de elecciones libres las que se dan en un lugar sojuzgado y controlado por una banda de matones mafiosos? ¿En un lugar en el que asesinos y sus cómplices caminan tranquilamente por la calle, hacen y deshacen a sus anchas mientras que los ciudadanos honrados y las fuerzas del orden deben callar, llevar escolta, no poder tomar una cerveza en paz, vivir atemorizados y ocultarse el rostro con un pasamontañas? ¿Un lugar en el que expresar una idea contraria a las preconizadas por los matones implica arriesgar cada día la vida y tener que vivir una existencia miserable y clandestina? ¿Qué igualdad de condiciones se dan para propagar el ideario político de unos y otros? ¿Y los miles de vascos que tuvieron que irse de su pueblo, que exiliarse de su tierra atemorizados por los asesinos y que no podrán votar? ¿Dónde están su papeletas? ¿Dónde su voz?
Sin libertad no hay democracia, y sin democracia no hay justicia. Por eso Emilio Gutiérrez ha tenido el valor y las agallas de desafiar a los matones, cosa que no son capaces de hacer los que realmente tienen los medios para hacerlo, y la justicia popular no sólo le ha absuelto de su acto saludable e higiénico, sino que le ha enaltecido a la categoría de héroe. A fin de cuentas, su gesto, vandálico pero irreprochable, es una nimiedad comparado con las quemas de autobuses, contenedores, y mobiliario urbano que realizan día sí y día también esos simpáticos muchachos de la “kale borroka”, pero con una pequeña diferencia. Estos últimos, después de pasar alegremente la tarde con su pira urbana revolucionaria y abertzale, en grupo siempre, los muy cobardes, se ponen hasta arriba de kalimocho y duermen calentitos en casa con papá y mamá, mientras que Emilio y su familia han tenido que abandonar el País Vasco e hipotecar a partir de ahora su vida. Una sutil diferencia. Mientras los criminales se sienten a sus anchas las víctimas deben escapar si no quieren recibir un tiro en la nuca. Así es la “libertad” de los vascos.
Y siendo el pueblo vasco y sus gentes hombres y mujeres que tengo en gran aprecio, gente trabajadora noble y valerosa, ¿por qué callan? ¿por qué agachan la cabeza ante los matones? ¿por qué matan a un vecino y sólo se atreven una veintena de ciudadanos a salir a manifestarse? Parece obvio: por miedo, por pánico, por terror. Hacen falta muchos Emilios en el País Vasco. Con un par de cojones. Con muchos como él otro gallo les cantaría a los cobardes de la serpiente y el tiro en la nuca. Y a los políticos fariseos que con una mano les “condenan” y con la otra les dan palmaditas en la espalda. Ustedes ya me entienden.

18 de febrero de 2009

La "condena" de escuchar castellano

Cuando llega la hora de escribir mi artículo de los lunes, y puesto que El Faro me da la libertad de escribir sobre lo que me plazca y me desahogue como quiera, suelo ojear en internet periódicos diversos, españoles y extranjeros, buscando algo pintoresco que me llame la atención y que difiera de la letanía informativa con que nos han castigado (por necesidad informativa, no los culpo) todos los medios durante la semana: que si la crisis, que si el espionaje de Madrid, que si la cacería de Garzón…Y no me gusta ser recurrente, pero hay que reconocer que el diario Avui, periódico ultranacionalista catalán subvencionado por la Generalitat, es una verdadera mina. Nunca me defrauda.
Les cuento la última. Hace un par de días, y como noticia destacada en portada en su edición digital figuraba el siguiente titular, que traduzco del catalán: “Terribas admite el error de entrevistar a José Bono en castellano”. Sí, han leído bien, no hay ningún error: no han dicho en eslovaco, bereber o suahili, sino en castellano. Se lo explico, si es que puedo. Resulta que en la TV3, televisión pública de Cataluña, entrevistaron a José Bono, presidente del congreso, conocido y orgulloso manchego. Y la presentadora cometió la infamia de hacerlo en castellano en lugar de catalán, habida cuenta del origen del entrevistado y tal vez sabiendo que el castellano no sólo es la lengua materna de la mitad de la población de Cataluña, sino la que todos los catalanes entienden a la perfección. Además de ser lengua oficial, asunto que hace ya tiempo que el Parlamento catalán se pasa por la entrepierna. Pues bien, craso error el de la presentadora. Gravísima afrenta a la patria catalana. Se pide la cabeza de la presentadora y la de la directora de TV3, Mònica Terribas. Utilizar el castellano en la televisión pública catalana es algo totalmente prohibido e inadmisible para sus instituciones, hasta el punto de que la señora Terribas ha tenido que comparecer ante el Parlamento catalán y reconocer el “error” de la cadena por haber cometido ignominia de tal calibre. Pero no se pierdan las palabras de la diputada de Convergencia i Unió que interpeló a la señora Terribas, ante el horrible desatino de la presentadora de su cadena: “De esta manera se condena (sic) a la audiencia a ver la entrevista en castellano. (…) No se puede priorizar la eficacia comunicativa al uso del catalán”. No se asombren, han leído perfectamente. Para la diputada de CiU, una señora de apellido Ortega (de origen catalanísimo, como se puede deducir), la eficacia comunicativa no debe ser prioritaria en un medio de comunicación. Y que la audiencia tenga que oír una entrevista en castellano es una “condena”. Vamos, que sólo le ha faltado llevar el tema al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo o denunciarlo ante Amnistía Internacional. ¡Pobre audiencia, qué “condena”, tener que oír una entrevista en el maldito castellano!
Pero así es el nacionalismo catalán. Después se llevan las manos a la cabeza cuando algún medio (como “The Independent”, prestigioso diario progresista británico), por ejemplo, dice que el castellano sufre persecución política en Cataluña. Que va, están locos, los que dicen eso son unos “fascistas”, suelen reaccionar los verdaderos fascistas totalitarios y excluyentes. Y conste que no me refiero a Cataluña ni al catalán, pueblo cuya cultura, carácter y lengua admiro, sino a los impostores politicastros que actúan en su nombre.
Pero no es de extrañar. Un tal Salvador Sostres, columnista del referido diario subvencionado por los impuestos de todos los catalanes y que fue tertuliano de “Crónicas Marcianas” (con eso se dice todo) escribió hace tiempo en un artículo titulado “Hablar español es de pobres”: “En Barcelona hablar en español es muy hortera, yo solamente lo hablo con la criada y con algunos empleados. Es de pobres y de horteras, de analfabetos y de gente de poco nivel hablar un idioma que hace este ruido tan espantoso al pronunciar la jota”. Esto se escribe en un diario de ideología afín a la totalitaria de ERC, partido que lleva la palabra “izquierda” en sus siglas, lo que no es óbice para que un columnista suyo afirme utilizar el castellano sólo con su criada y empleados, por ser lengua de pobres. (Aunque no tenía reparos en utilizarlo para decir mamarrachadas en “Crónicas marcianas”, previo pago, eso sí). Y si uno se mete en los foros de este diario, cuyos lectores suelen ser fanáticos de un partido que se nombra a sí mismo como “Izquierda”, observará que el insulto favorito hacia los “españoles” es el de “muertos de hambre”, entre otros cuantos mucho más castizos referidos a nuestras madres y difuntos. Convendrán conmigo en que el izquierdismo de este partido es, cuando menos, bastante peculiar. No sé, para mí se asemeja bastante más al fascismo más bastardo y xenófobo, pero puedo estar equivocado. De hecho el otro día escuché decir en televisión a mi idolatrado Carod Rovira, uno de sus caudillos, repetir eso de que en España hay “anticatalanismo”. Claro que sí, buen hombre, a la vista está.

2 de febrero de 2009

Ese apéndice intruso e impertinente

Millones de años lleva el hombre sobre la Tierra sobreviviendo, mal que bien, sin ese apéndice imprescindible incorporado en los últimos años a su naturaleza llamado teléfono móvil (¿en qué estaban ustedes pensando?), y aunque se hayan producido en el devenir de la Historia guerras, hambrunas, epidemias, hecatombes, y todo tipo de miserias colectivas, no me consta que ninguna de ellas se haya debido a la ausencia del teléfono móvil.
Decía Julio Cortázar es su magistral “Historias de cronopios y de famas” que cuando te regalan un reloj “te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”. El teléfono móvil, además de las servidumbres hacia el reloj de Córtazar, va mucho más lejos.
Como la mayoría de mi amable media docena de lectores, pertenezco a esa clase de bípedo que ha asistido a esa fundamental transición histórica consistente en la separación de dos etapas perfectamente delimitadas en la Historia: la era pre-móvil y la era post-móvil. Sugiero a nuestros futuros historiadores y antropólogos que se planteen muy seriamente este punto de inflexión de la vida en el planeta a la hora de definir las etapas de la Historia de la Humanidad.
Conocí una época –tal vez ustedes también la recuerden, si hacen memoria- en que cuando uno salía de su casa se transformaba en un ser que gozaba de un cierto albedrío respecto a su independencia e intimidad. Nadie podía interferir con tu relativa libertad, y si tenías necesidad de llamar desde la calle por teléfono a alguien (a una casa u oficina, claro) acudías a unos simpáticos cubículos situados en las aceras, que acogían en su interior un teléfono que funcionaba con monedas y que recibían el nombre de cabinas telefónicas. ¿Se acuerdan? (Bueno, la verdad es que no solían funcionar nunca).
En aquella época el ser humano carecía de ese apéndice sonoro gracias al cual ahora cualquier persona debe estar a disposición de cualquier otra a cualquier hora del día o de la noche. Gracias a este descomunal avance tecnológico ahora está permitido y es de gran aceptación social que cualquier hombre o mujer, particular o empresa, que posea el número de tu apéndice comunicativo haga una incursión en tu vida cuando le plazca (sea para saludarte, decirte dónde se encuentra o intentar venderte un seguro), interrumpa una conversación entre amigos, haga que se te enfríe en el plato tu comida favorita, te obligue a hacer juegos malabares para contestar mientras, cargado de bolsas, recibes las vueltas de la cajera del supermercado, te despierte de una apacible siesta, te acompañe sin haber sido invitado en ese paseo que pretendías en soledad por el parque o la playa, se cuele de carabina o sujetavelas en el momento álgido de una cena romántica con tu pareja o se meta de voyeur sonoro en el que podía haber sido, si no hubiera sido por la llamadita, el coito del año. El móvil no tiene zonas restringidas.
Alguien dirá que uno siempre tiene la posibilidad de apagarlo. Cierto. Pero la perversión del deplorable hábito social ha llegado al punto de que, tener el móvil apagado “sin causa justificada” es considerado por muchas personas como reprochable. Vamos, que, si me apuran, lo consideran una falta de educación. “¿Para qué tienes móvil si lo llevas apagado?”, me han llegado a reconvenir con severidad.
Y sin embargo es perfectamente aceptable tener que soportar en cualquier lugar público, no solamente las inefables melodías con que a veces se conectan los aparatitos, sino torturantes conversaciones privadas mantenidas a voz en grito sin el menor pudor ni rubor, que te hacen partícipe involuntario de la información del estado de la relación de Maripuri con su novio, las aventuras sexuales de la noche anterior de Pepe el Kiyo, o del último chanchullo para no pagar a Hacienda entre dos socios de trapicheo, sin que a nadie le importe una higa que sus apasionantes asuntos interfieran con la lectura de mi libro o de esa reflexión tranquila que uno pretendía mantener en un relativo silencio. ¿Se acuerdan cuándo uno podía permitirse el lujo de leer o dormir en un tren? ¡Qué tiempos aquellos!
Yo seguiría hablándoles de las innumerables virtudes de tan espléndido aparato, pero me van a disculpar: además de que se me ha acabado el espacio, está sonando mi móvil.

19 de enero de 2009

El acento de chiste de Maleni

Definitivamente en este país estamos a la que salta. Que estamos de uñas los unos contra los otros, vamos. Hay que ver la que se ha armado porque Montserrat Nebreda, que no sé bien qué cargo tiene en el PP de Cataluña, ha dicho que la señora Ministra de Transportes, doña Magdalena Álvarez, más conocida por Maleni, tiene acento de chiste. Tal vez sea ésta una de las pocas y más irrefutables verdades que en mi vida he oído de boca de un político, poco meritoria por lo obvio al tiempo que valiente por lo políticamente incorrecto.
Nada más cierto. La señora Maleni tiene tal acento de chiste y una sintaxis tan cateta y aturullada que cuando hace alguna declaración en un Telediario pienso que alguien ha cambiado de cadena y me han puesto a Los Morancos, o están repitiendo el célebre sketch de la empanadilla de Martes y Trece, o que ha vuelto a las pantallas el mismísimo Carlos Latre. Pero no, porque ninguno de ellos sería capaz de superarla ni en los momentos más inspirados. Maleni es una caricatura de sí misma a la que no es capaz de llegar el mejor de los caricatos. De hecho, cuando la ministra hizo alusión a las declaraciones de Nebreda, hizo unos comentarios ininteligibles, como suele ser habitual, en los que se refirió en dos ocasiones a la señora “Negrera”. Pero no con animus injuriandi, como podría haber sido oportuno en defensa propia, sino con la espontaneidad y campechanería que la caracteriza. Genio y figura.
Pero decía que estamos de uñas porque este comentario de Montserrat Nebreda, tan acertado como inoportuno entre políticos, ha dado pie a que toda Andalucía se sienta aludida y ofendida, interpretando que Nebreda se mofaba del acento andaluz. Hasta el punto de que sus correligionarios de partido han pedido su dimisión y el PP la ha expedientado, si no estoy mal informado. Podré yo estar equivocado, y no me erigiré precisamente en abogado de Montserrat Nebreda, pero que yo sepa en ningún momento se ha burlado ésta del acento andaluz, pues, a Dios gracias, no todos los andaluces hablan como Maleni. Ni mucho menos. Más bien al contrario. El acento y el habla andaluza en general es musical, graciosa en el buen sentido de la palabra, rica en figuras estilísticas de todo tipo, fértil en vocabulario y ya quisiéramos los castellanos tener en muchos casos su corrección gramatical exenta de leísmos, laísmos y otros males que nos aquejan a los originarios de la cuna de la lengua. Por no decir que es y ha sido la tierra más prolífica de los mejores poetas, desde Góngora hasta Bécquer, desde Lorca a Cernuda y desde Juan Ramón Jiménez a Alberti. Tierra de poetas, tierra de cultura, tierra en que el castellano se perfuma de musicalidad y gracia. Y entre los políticos no olvidemos a grandes oradores, que nunca han prescindido de su acento andaluz, como González o Guerra, sin perder por ello un ápice de brillantez.
Es cierto que se le perdonaría a la Sra. Álvarez su innegable acento de chiste (que no tiene nada que ver con su origen andaluz, insisto) y su jocosa prosodia- a la que por otra parte nunca debió aludir la Sra. Nebreda, por una elemental cortesía entre políticos- si su gestión en el cargo de Ministra de Transportes fuera impecable, o al menos aceptable. Que hable como quiera con tal de que haga las cosas bien. Pero no. Resulta difícil encontrar en la historia de la democracia española una gestión tan nefasta en un ministerio, desde los trenes de cercanías de Barcelona hasta el aeropuerto de Barajas pasando por los despropósitos del AVE. Es imposible hacerlo tan mal, y si a los hechos se suman las explicaciones incomprensibles que proporciona en su dialéctica de una especie de Cantinflas meridional, las risas están aseguradas.
Señor Zapatero, yo comprendo que no cese a Magdalena Álvarez por mal que haga las cosas, pues entiendo que, además de dar muestras de autoridad y demostrar al mundo quien manda en este país, proporcione buenos ratos también a los miembros de gabinete en sus jocosas intervenciones, que buena falta les hace. Pero le propongo algo mejor: asciéndala a Portavoz del Gobierno. Nuestros transportes y comunicaciones mejorarán sensiblemente y además nadie se perdería nunca las intervenciones de Maleni. No las superaría ni Chiquito de la Calzada.

7 de enero de 2009

La factura de las lenguas cooficiales

Dice Zapatero, respondiendo a una petición del presidente de Galicia, Pérez Touriño, que es bastante probable que se tenga en consideración la existencia de lenguas cooficiales como criterio relevante en el cálculo de los recursos a asignar a cada Comunidad Autónoma. Dicho de otra manera, que lo que los nacionalistas quieren es que el coste de la construcción de sus nacioncitas, en la cual lo que llaman “lengua propia” es pilar fundamental, lo paguemos entre todos los españoles. Hablando en plata: que todo el dispendio que supone la “catalanización” absoluta de Cataluña, Baleares y Comunidad Valenciana y la “galleguización” total de Galicia, en términos lingüísticos, sea apoquinado por todos. Dicen que hablar dos lenguas cuesta dinero. Claro que sí, ¿y por qué no a los ceutíes, madrileños, extremeños o aragoneses? También queremos que la gente conozca y use dos lenguas, y si son tres o cuatro, mejor que mejor.
¿Pagar la factura del “bilingüismo” entre todos? Si se tratara de verdadero bilingüismo, hasta me parecería bien. Pero qué gran cinismo subyace en la enésima exigencia nacionalista. Porque en Cataluña, por ejemplo, y últimamente en Baleares con su inefable gobierno sixpartito, se gastan ingentes cantidades de dinero, no en conseguir el bilingüismo, como se simula en la astuta demanda de Touriño ingenuamente tragada por Zapatero, sino precisamente en luchar contra él, buscando el monolingüismo en catalán o en las demás lenguas vernáculas diferentes del castellano. Escribía el sociolingüista catalanista Jordi Solé, en cuyos postulados se basa en buena parte la política lingüística de Cataluña y por mimetismo de Baleares, que un objetivo mucho más importante que catalanizar a la población era “desespañolizar” Cataluña. La verdadera meta es erradicar el castellano de los llamados por ellos “Países Catalanes”. Y eso está claro que cuesta muchas pelas. Creación de televisiones que emiten exclusivamente en catalán, subvenciones a cualquier mamarrachada con tal de que se haga en catalán, generosos estipendios y prebendas para cualquier funcionario que actúe exclusivamente en esta lengua…Todo acompañado de lo contrario con el castellano: supresión de la lengua en las instituciones, en los rótulos, en la educación, de los premios literarios, de la televisión pública, y negar el pan y la sal a cualquier iniciativa cultural escrita en la maldita lengua de Cervantes, cuando no sancionar a establecimientos que tengan el atrevimiento de rotular sólo en la vergonzosa lengua oficial del Estado. Porque un proceso de sustitución de la lengua materna de más de la mitad de la población, además de ser imposible, cuesta demasiado dinero. Esto empieza a ser parecido en Galicia y en ciertos ámbitos de la Comunidad Valenciana.
Y lo verdaderamente paradójico del caso es que este pintoresco proceso, llamado cómica y cínicamente “normalización lingüística”, se pretende que se pague con los impuestos de españoles a los que, gracias a su aportación, verán cerradas las puertas laborales de los territorios cuya política lingüística han estado subvencionando, como ya sucede actualmente. Se trata de asignar parte de nuestros impuestos a unos territorios cuyos gobiernos los emplearán en conseguir precisamente nuestra exclusión laboral de los mismos, gracias al factor lingüístico (salvo que se vaya a jugar al Barça, por ejemplo, en cuyo caso se le exime de la exigencia de conocimiento del idioma). Un funcionario madrileño, asturiano o andaluz subvencionará la implantación del gallego y del catalán en sus territorios, pero después no podrá pedir un traslado a esas regiones por no conocer el idioma que ha estado subvencionando. Él mismo habrá colaborado con sus impuestos a una notable restricción de su movilidad geográfica en su propio país. Tras cornudo, apaleado.
La verdad es que hay que reconocer que el bueno de Zapatero, con su legendario talante, se come todos los sapos al que le invitan los nacionalistas. Todos. Con pan tomaca o con alioli, pero se los come. Tan ingenuo y crédulo es que cree que el coste de la cooficialidad de lenguas es para financiar el “bilingüismo” en Cataluña y Galicia. Claro que sí, Sr. Zapatero, y esta noche llegan los Reyes Magos, así que no olvide dejar los zapatitos limpios en la chimenea de La Moncloa…