25 de abril de 2008

Feminismo de pacotilla

No estoy seguro yo de que, si fuera mujer, gozara de gran competencia profesional, y hubiera sido nombrada ministra, por ejemplo, me sintiera especialmente halagado (o halagada) con la escenificación que el presidente del gobierno hace de lo que podríamos llamar, para simplificar, la “cuestión femenina”. Pero como no se dan ninguna de las tres circunstancias, ni de lejos, todo lo que escriba a partir de ahora serán meras especulaciones, pero así se escriben, a la postre, los artículos de opinión.
Durante los días que sucedieron al nombramiento del nuevo gabinete ministerial, se vertieron auténticos ríos de tinta sobre la situación que parecía más significativa de la composición del mismo: la condición de mujer de la mayoría de los ministros. El propio presidente del Gobierno, insistió hasta la machaconería en resaltar tal circunstancia, como si la disposición cromosómica de los máximos responsables de nuestro gobierno fuera un elemento capital de cara al éxito del mismo, y por ende del funcionamiento del país que a partir de ahora gobernarán.
Debo decir, que en mi ya acostumbrado hábito de nadar contra corriente, me sorprende la magnánima acogida que la puesta en escena del gabinete ha tenido en prácticamente todos los medios de comunicación, partidos políticos y en general la opinión pública. Los “progresistas” porque, para mi sorpresa, lo perciben como progresista, y los conservadores porque viven aterrorizados con que les cuelguen el sambenito de “machistas”, y al final, todos viven cómodamente instalados en ese submundo tibio, pacato y descaradamente hipócrita de lo políticamente correcto.
Tengo para mí que resaltar como primera virtud en la presentación de un ministro su condición de mujer es una actitud en la que subyace conmiseración, paternalismo y precisamente aquello que en teoría pretende combatir: sexismo y discriminación. Cuando Zapatero presentó a la señora Chacón como ministra de Defensa no disimuló en exaltar lo que parecen para él sus atributos más ponderables: ser mujer y estar en avanzado estado de gestación. ¿Tendrá otros méritos la señora Chacón para ocupar puesto de tamaña responsabilidad? Estoy convencido de que sí, y hacer alarde de su condición de mujer embarazada –maravillosa en lo personal- dejémoslo para las revistas del corazón, que es el lugar donde corresponde. Lo he dicho otras veces: me importa un bledo que un ministro, presidente del gobierno, seleccionador nacional de fútbol o máximo pontífice sea hombre o mujer, heterosexual u homosexual, o rubio o moreno; lo que me preocupa es que sea la persona más adecuada para el puesto, especialmente si cobra de mis impuestos.
Pero al presidente Zapatero le encantan los gestos populistas, y en este aspecto no se le puede negar una cierta maestría. Ha conseguido disfrazar su demagogia de feminismo, y hasta las feministas más combativas han pasado por el aro y parecen encantadas. No salgo de mi asombro. Es un obseso de las cuotas por sexo, fotos rodeado de mujeres ministras y la llamada paridad, asunto que tiene un mucho de insultante para los protegidos por decreto –en este caso protegidas-, porque en el fondo es una insinuación de supuesta incapacidad para conseguir, por méritos propios, los puestos que se asignan por la fuerza del decreto.
Señor Zapatero: le aseguro que las mujeres españolas no necesitan de sus cuotas, ni de sus propinas, ni de su aparente generosidad. Del feminismo de pacotilla. No tiene más que darse una vuelta por los colegios, por los institutos, por las universidades. Fíjese en las estadísticas, mire quiénes obtienen las mejores calificaciones. Observe cómo la mayoría de las facultades universitarias están acaparadas por las mujeres, y cómo realizan las mejores tesis doctorales, y consiguen los primeros puestos en las oposiciones y para ello no han necesitado de cuotas, ni apoyos oficiales ni propinas feministas. La sociedad española ha evolucionado de tal forma que las mujeres han accedido o accederán a las más altas esferas de poder en la sociedad gracias a su lucha contra la Historia y contra la inercia de siglos, sin ayudas de cuotas, y a partir de ahora estarán donde quieran estar. No donde diga usted, sino donde quieran ellas.
Hasta tal punto que, de seguir el Sr. Zapatero o sus sucesores obsesionados con la paridad de sexos, en un futuro no muy lejano se verá obligado a imponer a hombres en los puestos de responsabilidad por decreto de cuota (¿la llamaremos machista?), y no por méritos propios. ¿No se sentirán los ingresados por decreto con un cierto sentimiento de inferioridad respecto a sus colegas femeninos? Pues eso, que sería como ahora, pero al revés.

10 de abril de 2008

El misterio de Raúl

No se preocupen, que no hablaré de fútbol. Buenos profesionales de este diario lo harán con bastante mejor criterio que yo algunas páginas más adelante. No hablaré de fútbol, sino de misterios.
La transustanciación de la sangre de Cristo. Los buques engullidos por las aguas en el triángulo de las Bermudas. La Santísima Trinidad, tres personas en una y un solo Dios verdadero. Bush elegido dos veces presidente de Estados Unidos por el sensato pueblo americano. Un señor llamado Aznar ganando las elecciones por mayoría absoluta en España. La comprensión de estos misterios, ciertamente complejos y aparentemente inextricables, es un juego de niños comparado con el que se me antoja el padre de todos ellos: el misterio de Raúl.
Pero, ¿quién es Raúl? Raúl González Blanco fue, hace algunos años, un futbolista habilidoso, que se caracterizaba por una cierta picardía, un notable oportunismo cerca de la portería rival y un encomiable coraje. Nunca fue un gran atleta, ni brilló por la creación en el juego ni fue un prodigio de técnica. Digamos que fue, con cierta generosidad en la descripción, un buen jugador de fútbol. Y repito, de esto hace años.
¿Quién es ahora? Cuando cada semana el Real Madrid juega sus partidos sale al campo (porque es titular por Real Decreto, sospecho), intercambia un banderín con el capitán del equipo contrario, le estrecha su mano y…se pone a correr por el césped como una gallina recién descabezada. Cuando el contrario posee el balón persigue a su dueño en alocada e infantil carrera, mientras éste lo ignora, pues apenas una leve torsión de cintura deja sentado en el suelo al pobre Raúl, pero se levanta y persigue desesperadamente al nuevo poseedor, sin conseguir casi nunca arrebatar el esférico al rival. Parece que al público estas alocadas persecuciones le gustan, y entonces se hacen lenguas de sus atributos viriles, y aseguran que deben de ser de voluminoso tamaño, asunto que no es baladí en nuestra ibérica piel de toro. Cuando el balón pasa por sus botas intenta deshacerse de él, pero a veces no tiene tiempo y lo pierde; entonces persigue de nuevo al contrario, ahora más iracundo y enrabietado, y los rivales juegan con él como con un perro al que le tiran una pelotita para que corra tras ella y la traiga entre sus dientes. Pero suele volver con la boca vacía. Desesperado, se coloca cerca de la portería rival, buscando un rebote, un rechace o una carambola que le conviertan en “autor de gol”. Cuando esto sucede, se besa su anillo y comienza a hacer ostentosos aspavientos señalándose su número con los pulgares, como quien señala el ombligo mismo de la Humanidad. La hinchada entra en éxtasis colectivo. Y es que lo que más le gusta a Raúl es ser “autor de gol”. Y es autor de muchos, muchísimos, porque es costumbre balompédica atribuir la autoría de un gol al último jugador cuya bota tiene contacto con el balón antes de entrar en la portería, siquiera la roce, aunque no haya tenido la menor participación en la creación de la jugada que propició el tanto. Viene a ser, salvando las distancias, como si la autoría de un libro se atribuyese al encuadernador, que es quien le da el último toque antes de estar en las librerías.
Y aquí viene el llamado misterio de Raúl. Este jugador, que no desentonaría en el banquillo de un equipo de segunda división, es sin embargo un astro gigantesco del balompié, su fotografía inunda los medios de comunicación y la publicidad de conocidas marcas comerciales. Es aclamado por las multitudes, los periodistas lo veneran, los niños sueñan con llevar la camiseta con su dorsal. Es titular indiscutible para todos los entrenadores que han pasado por su equipo (¿habrá una cláusula secreta en sus contratos que les obligue a alinearlo siempre?), y es considerado como la médula ósea, el corazón y sobre todo las glándulas reproductoras del equipo más importante de la Historia del fútbol. Y su incuestionable capitán. El Gran Capitán, lo llaman, con mayúsculas. Se le idolatra un día sí y otro también, y su ausencia en la selección nacional está a punto de convertirse en cuestión de Estado. Empiezo a barruntar multitudinarias manifestaciones, turbas enloquecidas y algaradas callejeras si finalmente no es el capitán de España.
Así que cuando contrasto lo que yo veo en el campo y lo que ve el resto de la Humanidad me acuerdo de la película El show de Truman, en la que un personaje vivía en un mundo virtual, inexistente, y era el único que no lo sabía. O él o yo. O Raúl vive en un mundo virtual rodeado de una filarmónica de figurantes mediáticos con arrolladora repercusión nacional, o soy yo el que se encuentra solo en una hipnótica percepción, desnudo como el Emperador del cuento de Andersen. Bueno, percepción tal vez compartida con el seleccionador nacional, al que poco le falta para tener que dar cuentas ante el Parlamento por no ver en Raúl méritos suficientes para elevarlo al olimpo de los elegidos patrios. Para empezar mañana se verá obligado a justificarse ante el país en televisión. Pobre “Zapatones”, solo ante el peligro, como Gary Cooper. Si estuviera en su pellejo yo no dormiría tranquilo y cerraría bien la puerta de casa por las noches. Nunca se sabe.