28 de mayo de 2007

Los dos lados de la señorita Pataky

En Irak, desde el comienzo de su invasión por las tropas estadounidenses y sus aliados, se han producido ya 650.000 muertos, cadáver arriba o abajo. La semana pasada, el señor Taha Yasín Ramadán, ex vicepresidente del mismo país, fue ahorcado tras ser condenado a muerte.
En Rusia, un incendio en una residencia de ancianos provocó 62 muertos. Descansen en paz.
Los combates entre los insurgentes de Al Qaeda y miembros de las tribus de Pakistán provocaron la semana pasada más de medio centenar de muertos.
En Somalia aumenta cada día la sangría humana que va diezmando a su ya depauperada población.
En España se ha superado la cifra de trescientas mil prostitutas en activo, de las cuales la gran mayoría ejerce el oficio en condiciones de absoluta esclavitud, forzadas por mafias que actúan a sus anchas y en una más que relajada impunidad.
También la semana pasada se confirmó que la empresa Delphi, subvencionada con los impuestos de la ciudadanía, se había declarado en suspensión de pagos, confirmándose así el despido de 1.600 trabajadores.
También se ha confirmado que para la gran mayoría de los jóvenes españoles sigue siendo inviable el acceso a una vivienda, a pesar de que un estudio económico sitúa a Madrid y Barcelona entre las treinta ciudades más ricas del mundo.
Persiste la polémica sobre las patentes de los medicamentos por la multinacionales farmacéuticas, y mientras tanto siguen muriendo millones de seres humanos en el tercer mundo por no poder comprar sencillos remedios tan conocidos como inaccesibles para ellos.
Lo que acabo de escribir es una pequeña muestra de las realidades con que nos desayunamos los ciudadanos un día cualquiera de una semana cualquiera de un año cualquiera. En este caso, y simplemente como muestra, he elegido un día de la semana pasada.
Son asuntos tan cotidianos y hasta tan conocidos que no despiertan el menor interés, y probablemente a estas alturas del artículo muchos de mis amables lectores ya habrán abandonado la lectura de esta letanía de acontecimientos, tan ajenos a nuestra lista de prioridades inmediatas.
Y todo esto porque resulta que, en un imperdonable descuido, he olvidado mencionar el evento que, en el día anterior al que escribo este artículo, acaparó de manera casi absoluta la atención nacional o estatal, como ustedes prefieran o más les guste. Exacto, el tema del día y probablemente de la semana no fue ninguno de los anteriores, sino ése que ustedes y yo estamos pensando, es decir, las fotografías de la proa y la popa de la señorita Elsa Pataky, actriz de profesión, y la tormenta existencial que tan inconmensurable asunto y la gravísima polémica que le ha envuelto ha provocado en la ciudadanía.
No es para menos. Es poco probable que haya un solo ciudadano español, de norte a sur, de oriente a occidente, que no esté totalmente al corriente del mayúsculo suceso, pero, por si así fuere, y en aras a aportar mi modesta contribución a la sociedad, y que no quede hombre o mujer sobre territorio patrio ignorante de tan trascendentales hechos, voy a resumir sucintamente lo acaecido. Ya se sabe que los pueblos que ignoran su Historia están condenados a repetirla, y los españoles no podríamos permitirnos semejante tragedia.
La señorita Pataky, de profesión actriz, y de muy buen ver a juicio tanto de propios como de extraños, entre los que me incluyo, decide vender un reportaje fotográfico a determinada revista en la que se presta a mostrar y por tanto deleitar a la Humanidad con la contemplación de su hermoso reverso o popa, también de buen ver, para qué engañarnos. Pero resulta que un avispadísimo paparazzi, conocedor -tal vez por sus poderes premonitorios o por indicios más prosaicos- de tales pretensiones y del lugar y hora de donde se tomarían las fotografías que cambiarían el rumbo de la Historia, piensa, con buen criterio, que donde hay un reverso también suele haber un anverso, así que, probablemente camuflado en bonsái playero o disfrazado de pulpo gigante, consigue fotografiar la proa de tan bella señorita, aún de mejor ver que su popa, al humilde juicio de este modesto escribiente.
Y, oh mayúscula sorpresa, la bella señorita Pataky, aparece, mostrando al mundo su espléndida delantera, en la portada de una revista de la competencia, en lugar de mostrar su trasera en la revista con la que había pactado las fotos a cambio de generosos estipendios.
La tragedia se ha consumado. Por todas las cadenas de televisión se habla sin cesar de tamaña ignominia, de tan singular evento. La actualidad nacional e internacional ha quedado eclipsada ante un suceso de tan desproporcionada magnitud, y no me refiero literalmente a los senos de la bella, que son mesurados y hermosos. En las emisoras de radio y en los platós de televisión se organizan espontáneos y sesudos debates entre los parlanchines gritones de la carroña para dilucidar quién tiene razón. La ocasión lo merece. El tema trasciende a mercados, peluquerías, bazares, oficinas, centros educativos y ministerios. Agentes, representantes, directores de revistas rosas –y no tan rosas- son interpelados para conocer su versión de los hechos. Se plantean graves discusiones jurídicas y se habla de derechos fundamentales de personas y las revistas, que esto sí que importa y no lo que pase, verbigracia, en Guantánamo, Estamos, sin duda, ante el acontecimiento de la semana, si no del año. Y repito, no es para menos.
Para que después alguien diga que los españoles somos incultos, o ignorantes. Lo que ocurre es que sabemos separar el grano de la paja, y cuando nos enfrentamos a un hecho verdaderamente trascendental entonces le dedicamos la atención y la importancia que realmente merece. ¿Ven como no todo es fútbol? El nuestro es un país de cultura y refinamiento, a las pruebas me remito.
Así que le he dedicado al asunto mi articulito, y que me perdonen los lectores esas primeras líneas introductorias que hayan podido distraer momentáneamente la atención del verdadero meollo de la actualidad y de lo que realmente nos interesa a todos. Eran menudencias, anécdotas decorativas de relleno que adornan lo realmente trascendente: los dos lados de la bella y sus incalculables repercusiones en el devenir de la Historia.

Colombia, la pasión por la lengua

La señora Amparo, a los ochenta y siete años, va desgranando palabras precisas y sonoras, mientras va relatando los avatares que tuvo que pasar para criar a sus nueve hijos en una humilde casa de campo del departamento de Antioquia, no lejos de la ciudad de Medellín. Habla, con vocablos bellos y antiguos, de cómo se levantaba cada día a las cuatro y media de la mañana para ordeñar las vacas, y como, tras una jornada agotadora dedicada a los trabajos del campo, al acostarse por la noche, prendía una vela para devorar todo libro que caía en sus manos, muchas veces hasta el amanecer. Porque leer “es una dicha”, asegura, entornando sus ojos, mientras los demás la escuchamos embelesados, porque su forma de expresarse encanta y arrulla, y podríamos haber pasado toda la noche disfrutando de su relato, de un relato de campesina que habla un español impecable, con una cadencia dulce, con una dicción perfecta, con un lenguaje sencillo y florido a un tiempo. Describe, con precisión literaria, los páramos, la flora, los aperos de labranza, los útiles que empleaba para recoger la leche tras ordeñar las vacas, y los sentimientos que se le escapan, de gozo y de tristeza, de nostalgia y de melancolía. Nos cuenta cómo toda la familia tuvo que escapar precipitadamente de la casa, tras la violencia entre los conservadores y liberales, y dejarlo todo atrás, su hogar, su pequeña tierra, sus animales y empezar de nuevo en una aldea más próxima a Medellín, con un equipaje tan ligero como sus propias manos ásperas y curtidas. Y su amor por los libros, por esos libros que conseguía con cuentagotas en aquellas aldeas de casas diseminadas perdidas en mitad de la nada. A veces hace un breve inciso en su apasionante relato para recitar poemas aprendidos en la infancia, en los pocos años que pudo asistir a la escuela para aprender a leer, escribir y las cuatro reglas. Y lo hace con la entonación de un rapsoda, marcando los silencios precisos, sin un titubeo que denote una traición de la memoria, que conserva tan intacta como su vocabulario rico y luminoso.
Porque en Colombia la lengua, la lectura, nuestro común español, es un tesoro aún más valioso que el oro arrebatado por los avaros conquistadores de hace quinientos años.
He tenido la fortuna de estar en Colombia mientras se celebraba el recientemente clausurado Congreso de la Lengua Española en Medellín y Cartagena de Indias, y es ciertamente difícil poder encontrar un país más apropiado para tributar un homenaje a nuestra lengua. Toda Colombia se ha vestido de fiesta para el evento, los periódicos y las revistas han sacado ediciones y suplementos especiales para acentuar el acontecimiento, y parece que por una semana hasta la violencia y la criminalidad que desde hace muchos años vienen asolando este excepcional país se hubieran dado una tregua para festejar el privilegio de acoger en el país el mayor tributo a lo que aquí es considerado como la mejor herencia española: la lengua castellana.
No conozco otro lugar de habla hispana donde se trate el lenguaje con tanto mimo, donde la manera de expresarse goce de tanto prestigio, donde la forma de dirigirse a los demás tenga tanto rango como carta de presentación. La cortesía es sencillamente exquisita, desde el profesor universitario hasta la vendedora de mazorcas de maíz de la calle, desde el taxista hasta el más humilde vendedor de arepas y empanadas. En Colombia no hay mayor desprestigio que el maltrato al idioma, o el descuido en el trato, y éste es motivo de conversación frecuente en conversaciones cotidianas. No es extraño encontrar como motivo de debate en una familia o un grupo de amigos si tal o cual expresión es completamente correcta, si tal palabra debe o no escribirse con mayúscula, o si es preferible o no colocar la tilde sobre cierto monosílabo o término diacrítico. Con razón los periódicos dedican secciones fijas al correcto uso del idioma, y con razón aquí nació el autor de Cien años de soledad, y muchos otros tan brillantes como desafortunadamente eclipsados por la gigantesca sombra de García Márquez, el autor universal por excelencia en lengua castellana.
Así que tengo un cierto miedo a regresar a mi querida España, llegar a Barajas y que el policía de la aduana no levante los ojos del pasaporte mientras me lo revisa y no se digne dirigirme la palabra, o que el taxista no me dé los buenos días, o conectar el televisor patrio y reencontrarme a una caterva de chillones de bazofia humillando nuestra lengua a gritos, insultando a la inteligencia del espectador mientras rebuznan remedando lo que fue un cultísimo idioma sobre la última novia, novio o coito de algún imbécil célebre, con absoluta impunidad, sin que el delito de atentado a la cultura y lengua de todos esté aún recogido en el código penal. Regresar, en definitiva, a la cuna de una lengua que se empobrece y marchita a diario en su lugar de nacimiento mientras se engrandece y cuida al otro lado del Atlántico. No estaría mal que, en un bello anacronismo, acudamos ahora a esa América Latina, no con la cruz y la espada, sino con los oídos bien abiertos y una buena dosis de humildad para aprender de esa lengua que dejamos hace quinientos años y que nuestros hermanos de América han sabido embellecer hasta convertirla en el gran tesoro común que hoy compartimos más de cuatrocientos millones de seres humanos.

Ciudadanos de segunda

Estos últimos días he oído hablar en diferentes medios de comunicación y debates políticos sobre un reportaje emitido por Telemadrid titulado “Ciudadanos de segunda”, y referido a aquellas personas que viven en Cataluña y tienen el castellano como lengua materna (la mayoría). Como unos lo definían como excelente, mientras que otros lo catalogaban como “panfleto anticatalán basado en mentiras” y yo no lo había visto, me ha picado la curiosidad y he acudido a “Youtube”, en Internet, ese magnífico cajón de sastre en donde se encuentra prácticamente todo documento audiovisual que uno pueda imaginar, desde un discurso regio hasta el más estrafalario video-clip producido en un garaje por un freaky pasado de estupefacientes. Y me lo he visto enterito, de principio a fin.
Por si ustedes tampoco lo han visto, y no tienen acceso a Youtube, les haré un sucinto resumen. El reportaje presenta ejemplos documentales de la situación de absoluta marginalidad en que la lengua española es tratada en Cataluña por su gobierno en todos los ámbitos oficiales, introduce cámaras y micrófonos en las escuelas, habla con niños obligados a renunciar a su lengua y hablar en catalán entre ellos en el patio, habla también con los comerciantes multados (sí, multados) por rotular sus comercios en castellano, entrevista a ciudadanos desesperados por no poder escolarizar a sus hijos en castellano (algunos extranjeros), así como a conocidos personajes públicos, como a Albert Boadella, Rosa Regàs, Arcadi Espada, Miquel Calzada “Mikimoto”, entre otros, que exponen su punto de vista sobre el asunto. Algunos rotundamente a favor del catalán velis nolis y si no, puerta y te vas a España, que está cerquita, vienen a decir.
Antes de dar mi propia opinión al respecto, quiero aclarar que amo la lengua catalana, que la conozco y la hablo, así como el pueblo catalán en general, y muchos, muchos catalanes en particular, no cual no será óbice para que, cualquier “nacionalista catalanista” que lea este artículo me catalogue, a partir de lo que escribiré a continuación, de “anticatalán”, “enemigo de la lengua catalana” y tal vez de fascista, término que últimamente sirve igual para un roto que para un descosido, y que en Cataluña se aplica indefectiblemente para todo aquel que se aparte un milímetro de la línea totalitarista del “régimen”. Trataré de superar la mella que tales improperios sin duda me dejarán.
Lo que presenta el reportaje es tan riguroso y cierto como inapelable, pero debería ir aún más allá. La oficialidad catalana, que abarca todos los ámbitos de la vida pública y privada, no presenta Cataluña como país totalmente independiente de España como una aspiración política, sino como una realidad ya actual incontestable.
Veamos algunos ejemplos.
Cataluña es su nación (España no), y como todos los niños deben utilizar obligatoriamente el catalán como lengua vehicular de enseñanza (utilizar el castellano como lengua vehicular está prohibido, sí prohibido, en todos los centros escolares públicos y privados), todos aquellos no catalanes pasan a ser escolarmente extranjeros (incluido españoles), y se les mete en unos “pabellones de aislamiento” llamados eufemísticamente “aulas de acogida”, en donde se les somete a una inmersión lingüística e ideológica de lengua y patriotismo catalán. Ejemplo de práctica lingüística en clase:
“Yo he nacido en China pero ahora vivo en otro país, en Cataluña”. “En mi país, Ecuador, se habla español, pero en Cataluña, el país donde vivo, se habla catalán”. Cataluña es asimilado, en términos de categoría nacional, a China o Ecuador. Y España, por supuesto, ni se menciona. Esos niños y sus padres emigraron creyendo que llegaban a España, tal vez porque seguían los partidos de fútbol del Barcelona, equipo que, “erróneamente”, por supuesto, suelen citar en las televisones extranjeras (incluyendo las españolas) como español. Estos errores hay que extirparlos de raíz. De ello se ocupa la propaganda del régimen. No están en España, sino en Cataluña, que quede claro.
En las televisiones públicas catalanas (en las que se evita sistemáticamente pronunciar una palabra en castellano), hay instrucciones estrictas de evitar la identificación de Cataluña como una parte de España. Cuando en los informativos se habla de “nuestro país” o “nuestro gobierno”, o “nuestra selección deportiva”, siempre se entiende que se habla de Cataluña, jamás de España. La palabra España está absolutamente prohibida cuando se refiera a cualquier asunto en que Cataluña esté inmersa. Si no queda más remedio porque la información lo requiere, se sustituirá por el “Estado”, sin más. Recuerdo una entrevista que una presentadora hacía a una emigrante sudamericana, que ahora vivía en Cataluña pero antes había llegado a otra ciudad española. Los circunloquios que la presentadora se vio obligada a realizar para no mezclar Cataluña con España han quedado para la antología de la televisión, ya que la ingenua emigrante pensaba, en su candidez, que Cataluña formaba parte de España. La pobre…
Ni que decir que en la información meteorológica el pronóstico “nacional” está representado exclusivamente por un mapa de Cataluña, al que unen sin complejos Baleares, la Comunidad Valenciana, y algún pedacito de Francia, que se los han anexionado sin complejos a su imaginario imperio de Països Catalans, sin que los habitantes de estos territorios tengan conocimiento de su pertenencia a esta novísima y moderna nación.
Los rótulos informativos o coercitivos están siempre en catalán, por lo general exclusivamente. Cuando alguna vez están también en castellano, entonces se añade el inglés, al que se le da el mismo rango tipográfico del castellano, para que no quepa duda de que se trata, tanto inglés como castellano, de lenguas extranjeras. A veces el castellano no goza de las prebendas del inglés; no son infrecuentes los rótulos bilingües en catalán…e inglés, naturalmente. Sin español. El año pasado estuve en las fiestas de la Mercé, con amigos latinoamericanos que visitaban Barcelona por primera vez, y no fuimos capaces de encontrar un programa de las fiestas escrito en castellano. No salían de su asombro. Y la escritora Elvira Lindo fue insultada y humillada por los progres catalanistas por tener la imperdonable idea de pronunciar su pregón en español, su lengua materna, la muy “facha”. Podría citar casos aún más asombrosos, pero el espacio se me ha acabado hace varias líneas. Quede claro que esta política radicalmente nacionalista es la del gobierno elegido democráticamente por los propios catalanes desde hace más de veinticinco años. Así que en principio, nada que oponer. Eso sí, permítanme una pregunta, a quien corresponda, breve y escueta: Cuando voy a Barcelona, o a Salou, o a Reus, ¿estoy en mi país? Sé que no es cuestión de vida o muerte, pero me mata la curiosidad.

El tuteo del presidente

Parece que media España siguió por televisión los dos programas emitidos bajo el título “Tengo una pregunta para usted”, con Rodríguez Zapatero el primero, y con Mariano Rajoy el segundo. Dada su enorme audiencia, todos los medios analizaron pormenorizadamente no sólo las respuestas de los líderes, sino cada uno de los detalles de la escenificación, desde el color de sus corbatas hasta su gesticulación o movimientos en el plató. Creo que a algunos no nos pasó desapercibido un detalle nada trivial: el Presidente del Gobierno se permitió tutear a muchos de sus interpelantes, a pesar de que éstos se habían dirigido a él con el apropiado usted.
En cualquier país cuya lengua disponga de tratamiento de cortesía -incluidos todos los demás de habla hispana- hubiera hecho chirriar a los oídos bien educados la familiaridad que el presidente tuvo a bien arrogarse. Sin embargo tengo la impresión de que en España apenas nos llamó la atención, pues asistimos a un proceso galopante de la generalización del tuteo, con la consiguiente restricción del ámbito del usted, o tratamiento de cortesía. Y el presidente, tan moderno para todo, no podía quedarse atrás.
Veamos algunos ejemplos. Un conocido programa nocturno de una televisión autonómica. La presentadora, una moza madura deslenguada y tosca, pero con un punto pizpireta, recibe como invitado a un médico forense septuagenario de aspecto distinguido, que llega impecablemente vestido en un terno azul marino. Apenas ha tomado asiento el galeno, la conductora del programa le espeta: “Te puedo tutear, ¿verdad?”. El forense, naturalmente, asiente. Qué buen rollito, qué buena comunicadora soy, debe de pensar la periodista.
Un hospital cualquiera de una ciudad cualquiera en un día cualquiera. En España, claro. Una señora anciana está postrada en su cama, rodeada de los suyos, tal vez balbuceando sus últimas voluntades. En esto entra el celador, un joven recio y fornido, interrumpe el ritual y dice a voces: “A ver, Segismunda, que te voy a hacer la cama”. Qué amable soy, con que familiaridad y cariño trato a los enfermos, debe de pensar el celador, con su coloquial tuteo a la viejita moribunda.
Tal vez los dos tengan razón en sus intenciones, pero creo que entre todos estamos perdiendo algo. El “usted” -que es la evolución histórica de “vuestra merced”- es parte de la riqueza de nuestra lengua, es un hermoso tratamiento que expresa respeto y cortesía. Pero hace unos treinta años, justo en la transición democrática, empezó a ser injustamente criminalizado. Los mismos que confunden la velocidad con el tocino empezaron a confundir respeto con alejamiento, cortesía con servilismo o subordinación y tuteo con igualdad y buen rollito guay.
Apenas dos generaciones atrás los hijos llamaban de usted a los padres y no era alejamiento, sino veneración. Hace no más de treinta años, no sólo los alumnos llamaban de usted a los profesores, sino también los profesores a los alumnos: “García, haga usted el favor de salir de clase”, podía decir un profesor airado a un chaval de doce años que había hecho una trastada. Hoy es impensable y sonaría a trasnochado anacronismo. Son tiempos de “colegas” y como todos somos iguales –faltaría más- igualémonos todos por abajo, que es más fácil. El respeto y la elegancia no están de moda, son hábitos de carcamales rancios, si no tuteas hasta al Papa estás en la Edad Media.
Un dato curioso: en las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco los partidos políticos pedían el voto a los ciudadanos tratándoles de usted. “Vote Centro”, rezaban los carteles. A partir de las siguientes nunca un partido político volvió a llamarnos de usted en campaña. Se fue el alejamiento, llegó la “proximidad”, pensaron los asesores de imagen y los publicistas.
Son tiempos de tuteo indiscriminado, y el usted se irá relegando poco a poco a situaciones solemnes o a legajos de notaría, y quedará como un vestigio arcaico de tiempos en los que nuestra lengua fue más rica y más bella.
Hoy nos tutea la policía para multarnos, la Telefónica para vendernos el último móvil, los partidos políticos para exhortarnos a votarles, la Dirección General de Tráfico para amenazarnos con quitarnos puntos del carné y el Ministerio de Hacienda para decirnos que ya viene Paco con la rebaja. Son tiempos modernos y dinámicos, así que ya nadie trata de usted al ciudadano. Ya ven, ni siquiera el presidente del Gobierno. Perdón, quería decir “ya veis”…, amables lectores.