19 de enero de 2009

El acento de chiste de Maleni

Definitivamente en este país estamos a la que salta. Que estamos de uñas los unos contra los otros, vamos. Hay que ver la que se ha armado porque Montserrat Nebreda, que no sé bien qué cargo tiene en el PP de Cataluña, ha dicho que la señora Ministra de Transportes, doña Magdalena Álvarez, más conocida por Maleni, tiene acento de chiste. Tal vez sea ésta una de las pocas y más irrefutables verdades que en mi vida he oído de boca de un político, poco meritoria por lo obvio al tiempo que valiente por lo políticamente incorrecto.
Nada más cierto. La señora Maleni tiene tal acento de chiste y una sintaxis tan cateta y aturullada que cuando hace alguna declaración en un Telediario pienso que alguien ha cambiado de cadena y me han puesto a Los Morancos, o están repitiendo el célebre sketch de la empanadilla de Martes y Trece, o que ha vuelto a las pantallas el mismísimo Carlos Latre. Pero no, porque ninguno de ellos sería capaz de superarla ni en los momentos más inspirados. Maleni es una caricatura de sí misma a la que no es capaz de llegar el mejor de los caricatos. De hecho, cuando la ministra hizo alusión a las declaraciones de Nebreda, hizo unos comentarios ininteligibles, como suele ser habitual, en los que se refirió en dos ocasiones a la señora “Negrera”. Pero no con animus injuriandi, como podría haber sido oportuno en defensa propia, sino con la espontaneidad y campechanería que la caracteriza. Genio y figura.
Pero decía que estamos de uñas porque este comentario de Montserrat Nebreda, tan acertado como inoportuno entre políticos, ha dado pie a que toda Andalucía se sienta aludida y ofendida, interpretando que Nebreda se mofaba del acento andaluz. Hasta el punto de que sus correligionarios de partido han pedido su dimisión y el PP la ha expedientado, si no estoy mal informado. Podré yo estar equivocado, y no me erigiré precisamente en abogado de Montserrat Nebreda, pero que yo sepa en ningún momento se ha burlado ésta del acento andaluz, pues, a Dios gracias, no todos los andaluces hablan como Maleni. Ni mucho menos. Más bien al contrario. El acento y el habla andaluza en general es musical, graciosa en el buen sentido de la palabra, rica en figuras estilísticas de todo tipo, fértil en vocabulario y ya quisiéramos los castellanos tener en muchos casos su corrección gramatical exenta de leísmos, laísmos y otros males que nos aquejan a los originarios de la cuna de la lengua. Por no decir que es y ha sido la tierra más prolífica de los mejores poetas, desde Góngora hasta Bécquer, desde Lorca a Cernuda y desde Juan Ramón Jiménez a Alberti. Tierra de poetas, tierra de cultura, tierra en que el castellano se perfuma de musicalidad y gracia. Y entre los políticos no olvidemos a grandes oradores, que nunca han prescindido de su acento andaluz, como González o Guerra, sin perder por ello un ápice de brillantez.
Es cierto que se le perdonaría a la Sra. Álvarez su innegable acento de chiste (que no tiene nada que ver con su origen andaluz, insisto) y su jocosa prosodia- a la que por otra parte nunca debió aludir la Sra. Nebreda, por una elemental cortesía entre políticos- si su gestión en el cargo de Ministra de Transportes fuera impecable, o al menos aceptable. Que hable como quiera con tal de que haga las cosas bien. Pero no. Resulta difícil encontrar en la historia de la democracia española una gestión tan nefasta en un ministerio, desde los trenes de cercanías de Barcelona hasta el aeropuerto de Barajas pasando por los despropósitos del AVE. Es imposible hacerlo tan mal, y si a los hechos se suman las explicaciones incomprensibles que proporciona en su dialéctica de una especie de Cantinflas meridional, las risas están aseguradas.
Señor Zapatero, yo comprendo que no cese a Magdalena Álvarez por mal que haga las cosas, pues entiendo que, además de dar muestras de autoridad y demostrar al mundo quien manda en este país, proporcione buenos ratos también a los miembros de gabinete en sus jocosas intervenciones, que buena falta les hace. Pero le propongo algo mejor: asciéndala a Portavoz del Gobierno. Nuestros transportes y comunicaciones mejorarán sensiblemente y además nadie se perdería nunca las intervenciones de Maleni. No las superaría ni Chiquito de la Calzada.

7 de enero de 2009

La factura de las lenguas cooficiales

Dice Zapatero, respondiendo a una petición del presidente de Galicia, Pérez Touriño, que es bastante probable que se tenga en consideración la existencia de lenguas cooficiales como criterio relevante en el cálculo de los recursos a asignar a cada Comunidad Autónoma. Dicho de otra manera, que lo que los nacionalistas quieren es que el coste de la construcción de sus nacioncitas, en la cual lo que llaman “lengua propia” es pilar fundamental, lo paguemos entre todos los españoles. Hablando en plata: que todo el dispendio que supone la “catalanización” absoluta de Cataluña, Baleares y Comunidad Valenciana y la “galleguización” total de Galicia, en términos lingüísticos, sea apoquinado por todos. Dicen que hablar dos lenguas cuesta dinero. Claro que sí, ¿y por qué no a los ceutíes, madrileños, extremeños o aragoneses? También queremos que la gente conozca y use dos lenguas, y si son tres o cuatro, mejor que mejor.
¿Pagar la factura del “bilingüismo” entre todos? Si se tratara de verdadero bilingüismo, hasta me parecería bien. Pero qué gran cinismo subyace en la enésima exigencia nacionalista. Porque en Cataluña, por ejemplo, y últimamente en Baleares con su inefable gobierno sixpartito, se gastan ingentes cantidades de dinero, no en conseguir el bilingüismo, como se simula en la astuta demanda de Touriño ingenuamente tragada por Zapatero, sino precisamente en luchar contra él, buscando el monolingüismo en catalán o en las demás lenguas vernáculas diferentes del castellano. Escribía el sociolingüista catalanista Jordi Solé, en cuyos postulados se basa en buena parte la política lingüística de Cataluña y por mimetismo de Baleares, que un objetivo mucho más importante que catalanizar a la población era “desespañolizar” Cataluña. La verdadera meta es erradicar el castellano de los llamados por ellos “Países Catalanes”. Y eso está claro que cuesta muchas pelas. Creación de televisiones que emiten exclusivamente en catalán, subvenciones a cualquier mamarrachada con tal de que se haga en catalán, generosos estipendios y prebendas para cualquier funcionario que actúe exclusivamente en esta lengua…Todo acompañado de lo contrario con el castellano: supresión de la lengua en las instituciones, en los rótulos, en la educación, de los premios literarios, de la televisión pública, y negar el pan y la sal a cualquier iniciativa cultural escrita en la maldita lengua de Cervantes, cuando no sancionar a establecimientos que tengan el atrevimiento de rotular sólo en la vergonzosa lengua oficial del Estado. Porque un proceso de sustitución de la lengua materna de más de la mitad de la población, además de ser imposible, cuesta demasiado dinero. Esto empieza a ser parecido en Galicia y en ciertos ámbitos de la Comunidad Valenciana.
Y lo verdaderamente paradójico del caso es que este pintoresco proceso, llamado cómica y cínicamente “normalización lingüística”, se pretende que se pague con los impuestos de españoles a los que, gracias a su aportación, verán cerradas las puertas laborales de los territorios cuya política lingüística han estado subvencionando, como ya sucede actualmente. Se trata de asignar parte de nuestros impuestos a unos territorios cuyos gobiernos los emplearán en conseguir precisamente nuestra exclusión laboral de los mismos, gracias al factor lingüístico (salvo que se vaya a jugar al Barça, por ejemplo, en cuyo caso se le exime de la exigencia de conocimiento del idioma). Un funcionario madrileño, asturiano o andaluz subvencionará la implantación del gallego y del catalán en sus territorios, pero después no podrá pedir un traslado a esas regiones por no conocer el idioma que ha estado subvencionando. Él mismo habrá colaborado con sus impuestos a una notable restricción de su movilidad geográfica en su propio país. Tras cornudo, apaleado.
La verdad es que hay que reconocer que el bueno de Zapatero, con su legendario talante, se come todos los sapos al que le invitan los nacionalistas. Todos. Con pan tomaca o con alioli, pero se los come. Tan ingenuo y crédulo es que cree que el coste de la cooficialidad de lenguas es para financiar el “bilingüismo” en Cataluña y Galicia. Claro que sí, Sr. Zapatero, y esta noche llegan los Reyes Magos, así que no olvide dejar los zapatitos limpios en la chimenea de La Moncloa…