11 de febrero de 2008

Los inmigrantes y las costumbres españolas

Qué miedo. Resulta que el Sr. Rajoy, en su campaña electoral ha propuesto que los inmigrantes que vengan a España deban firmar un “contrato de integración” en el que, entre otras cosas, se comprometan a “cumplir las costumbres españolas” (sic). Pero no ha especificado cuáles son estas costumbres, así que, en aras de facilitarle la redacción de dicho contrato, intentaré modestamente echarle una mano.
Los inmigrantes deberán, por ejemplo, cuando estén en un bar tomándose unas gambas arrojar las cáscaras al suelo, así como la ceniza y las colillas de cigarrillos, como debe ser. Una costumbre muy española que a muchos inmigrantes les cuesta trabajo aceptar ya que jamás lo habían visto en sus países de origen. A partir de ahora ya saben: cáscaras de gambas, huesos de aceitunas y ceniza de cigarrillos al suelo. Nada de ceniceros, cubos de basura y ñoñeces de éstas. Hay que integrarse. Y fumarse un buen caliqueño después de comer en el restaurante, sin preocuparse demasiado si en la mesa de al lado hay una familia con niños que trata de saborear su comida. Costumbre muy española. Olé.
Los inmigrantes deberán abstenerse de hacer correr el agua cuando utilicen los aseos de un lugar público, sea una estación de tren o una cafetería, y aportar su colaboración para mantenerlos lo más sucios posible, también costumbre muy española.
Los inmigrantes deberán hablar siempre a gritos, cuanto más alto mejor, cuando se encuentren reunidos en un bar o en un café, e interrumpirse constantemente unos a otros en cualquier conversación sin respetar jamás un turno de palabra, costumbre española y cañí donde las haya.
Los inmigrantes deberán emplear tacos, interjecciones malsonantes y referencias escatológicas en cualquier conversación y en cualquier ámbito, sea público o privado, académico, radio o televisión, para así demostrar suficiente destreza en el manejo de nuestra lengua de forma castiza y campechana, española de verdad, ya que incluso los latinoamericanos, que vienen con la lengua aprendida, carecen de esta hermosa costumbre. Deberán aprender a usar tacos con profusión y a plena discreción.
Los inmigrantes deberán aparcar sus coches en los pasos de cebra, encima de la acera o donde les pete, importándoles una higa si impiden el paso a cochecitos de bebé o sillas de ruedas de minusválidos, pues así es como se hace por aquí. Los inmigrantes deberán firmar el contrato y cumplirlo. La integración ante todo.
Los inmigrantes deberán sintonizar los programas de telebasura en televisión y cuando alguno alcance la celebridad a base de estulticia deberá participar en ellos y vender sus coitos, noviazgos, divorcios, y demás entresijos de su vida privada a los programas del corazón, e insultarse a grito pelado para regocijo de la audiencia. Que tomen ejemplo de Dinio, por ejemplo, inmigrante perfectamente integrado.
Los inmigrantes deberán participar en fiestas populares y disfrutar viendo cómo se tira a una cabra desde el campanario de la iglesia de un pueblo, o deleitarse ante la lenta tortura y posterior muerte de un toro en espectáculo público, y además deberán considerarlo como arte. Es la fiesta nacional que todos deben adoptar como propia. Porque además esto es arte y tradición; que falta de sensibilidad sería no apreciarlo como tal.
Los inmigrantes con hijos adolescentes deberán motivarles para que se unan al botellón de los viernes y los sábados, que beban litros de alcohol con gran alborozo reunidos en las calles a las tres de la mañana, que rompan las botellas contra la pared y que más tarde orinen en las esquinas, novedosa costumbre española a la que todos deben sumarse. Hay que cumplir las costumbres.
Ellos, los inmigrantes, también deberán cumplir nuestras magníficas costumbres. Y además por decreto. Por si ya éramos pocos los que las practicábamos sin tener que firmar nada.
Qué miedo, qué espanto, ese “contrato de integración”.

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