28 de mayo de 2009

Benedetti, el poeta de casi todos

No recuerdo quién dijo que se dicen tantas cosas bonitas en los funerales de la gente que lamentaba no poder estar presente en el suyo propio para poder escucharlas, y total por cuestión de horas. Afortunadamente no es el caso de Mario Benedetti, que nos dejó ayer tras una larga vida regalándonos su poesía, su compromiso y su dulce bonhomía. Del él se ha dicho todo, y ha sido dicho por todos, porque no recuerdo un poeta que haya gozado de tal fervor y admiración popular. Era (y es y será) el poeta más cercano, el más directo, el más diáfano, el más popular, el que mejor arañaba el corazón de un certero flechazo de palabras simples, sin artificios oscuros, con poemas que se dejaban leer con la claridad de un haz de luz, y que al tiempo llegaban al alma con la fiereza de una espada afilada empuñada contra el poderoso y el déspota.
Puedo decir, como supongo que podrán decir muchos de ustedes, que se me ha muerto mi poeta. Empecé leyendo sus “Poemas de la oficina”, precisamente en los años en que yo también trabajaba como administrativo en unas oficinas, y, al leer sus poemas al final de una jornada entre facturas y balances, sentía tal complicidad en sus palabras que pensaba que aquel hombre me había estado leyendo el pensamiento y había plasmado magistralmente en un papel lo que yo había sentido aquel día y hubiera querido escribir. Y lo mismo cuando escribió sobre el primer amor, el amor largo y el breve, el desamor, el disfrute del helado de vainilla, la indignación ante la injusticia, o sobre el sexo, o la grandeza de París, el whisky o Claudia Cardinale, que es lo que nos quedaría el día que más tarde o más temprano tuviéramos que quemar las naves de la vida, las que él acaba de quemar. Por eso me ha venido acompañando a lo largo de mi vida, y era raro el día que no estuviera alguno de sus libros en mi mesilla de noche o al alcance de la mano.
Era tan cercano, tan próximo, tan escandalosamente popular que se le entendía todo a la primera, y si uno se detenía en la lectura de un verso dos, tres y hasta cinco veces, no era para intentar desenmarañar el significado oscuro de un sesudo galimatías retórico o intelectual, sino para volver a disfrutar de sus deliciosos disparos al corazón, o sonreir con su elegante humor más anglosajón que latino, o empatizar con él en su lucha constante y comprometida contra la injusticia y la explotación del hombre. Implacable hacia el poderoso, solidario con los más desfavorecidos y tierno con lo cotidiano, se ganó la admiración y cariño de todos, o mejor dicho, de casi todos. Por un lado se granjeó la enemistad de los acólitos de los dictadores y tiranos que nunca dejó de señalar en rojo con su pluma, que podía ser tan dulce con la alegría de la vida como demoledora con la tiranía y la ignominia. Y por otra también se granjeó el injusto desprecio de algunos intelectuales pedantes de voz engolada y oscura, que jamás le perdonaron su portentosa popularidad que hizo que fuera leído, comprendido y querido por todos, desde el campesino hasta el catedrático, desde el músico bohemio hasta el contable. Era querido porque, sin dejar de mostrar una exquisita elegancia, era sencillo y de una bonhomía tan terrenal que parecía incompatible con la categoría de un intelectual de su talla. Tal vez por eso, porque la popularidad y el cariño de las masas son difícilmente perdonables para algunos intelectuales de chistera, maneras altivas y gesto huraño, por lo que el poeta más popular en lengua española de las últimas décadas nunca ganó el Premio Cervantes, mientras lo hicieron otros prácticamente desconocidos, hecho que ensucia y desprestigia el nombre y ecuanimidad de nuestro galardón más notorio de las letras hispanas. Mario Benedetti era demasiado humano y demasiado bueno, en todos los sentidos posibles de la palabra, por eso se fue de este mundo sin pronunciar en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el discurso que todos hubiéramos querido escuchar. Pero el pueblo llano, el indudable destinatario de su poesía, hace muchos años que le bendijo y se lo dio en su veredicto.
Mario Benedetti, el hombre, se nos ha ido. Pero siempre nos quedará su inmortal palabra y su compromiso. Gracias por todo, poeta, amigo.

30 de marzo de 2009

Benedicto y los condones

Acaba de regresar Benedicto XVI, más conocido como “El Papa”, de una exótica tournée por Camerún y Angola, países que no se caracterizan precisamente por su lujo y opulencia, así que el contraste con la suntuosidad de su palacio en el Vaticano le habrá resultado especialmente atractiva.

No tengo nada contra que este señor, al que muchos católicos –me consta que no todos- consideran el representante de Cristo en la Tierra, haga turismo y se pasee por la África más pobre. Lo que más me preocupa es que este hombre, de singular influencia en el planeta, se dedique a impartir doctrina de manera tal que quede en evidencia que vive mucho más cerca de ese Dios ostentoso y palaciego de sus curias romanas que del ser humano, incluso de aquél que practica la fe que él se atribuye representar como máxima autoridad. Y que esa doctrina, además de rancia y apolillada hasta el esperpento, incluso para sus correligionarios, llegue a ser tan incendiaria que pueda llevar a la muerte a millones de seres humanos, que deberán ser añadidos a los de la ya tortuosa historia de la Iglesia Católica, desde las Cruzadas a la Santa Inquisición. Antes con espadas y fuego; ahora con la palabra.
Creo que saben a lo que me refiero. Este vez Benedicto, una vez más y en su sempiterna obsesión, ha querido instruir a los negritos camerunenses y angoleños sobre sexualidad, que viene a ser algo así como si yo me propongo enseñar a jugar al tenis a Rafa Nadal. Y ha vuelto a decir lo de siempre, que nada de fornicio, que la abstinencia es muy sana, santa y recomendable, y sobre todo, que de condones nada, que su distribución gratuita agrava el problema del sida. Vaya por Dios, y nosotros sin saberlo.
Don Benedicto, el problema de su discurso no es que sea una solemne majadería, y que vaya contra todos los estudios científicos y hasta contra el sentido común. No, ese no es el problema. El problema es que es muy, pero que muy peligroso. Porque, para el infortunio de ellos mismos, muchos de sus fieles le harán caso, pero no en lo de la abstinencia, ya que la carne es débil, sino en lo del condón. O sea, en lo del “no condón”.
Porque como usted probablemente sabe, y si no se lo digo yo, la jodienda no tiene enmienda, y ni falta que le hace. En los países que Su Santidad acaba de visitar, y en muchos otros, no abundan precisamente los placeres de la vida a los que puedan acceder millones de sus habitantes, cuya lucha diaria es la supervivencia, el conseguir un plato de comida, el batallar diario contra el hambre y la miseria más absoluta, el no morir devorados por enfermedades mortales que en esta parte del mundo tenemos erradicadas. Su vida, don Benedicto, es muy dura y casi siempre corta. Así que no sea cruel y no intente privarles de uno de los pocos placeres que la naturaleza les concede sin dinero a cambio ni sacrificio, y que no es otro que el de la placentera coyunda. Sí, Su Santidad, ya sé que es pecado, pero como pecado es bastante gozoso, y a pocos hombres y mujeres africanos de sangre caliente va a lograr disuadir usted de practicar el alegre fornicio, aunque a cambio les prometa el Paraíso en la otra vida. Ya sabe, más vale pájaro en mano que ciento volando, y tómelo en el sentido que más le guste.
Quiero aclarar a mis sufridos lectores que siento un profundo respeto por muchos católicos de buena fe, y nunca mejor dicho, y por la forma que cada cual quiera vivir su espiritualidad, sea esta la que sea, pero especial admiración por aquellos que se dejan la piel y hasta la vida en misiones humanitarias donde piensan que son más necesarios, que subsisten con lo puesto, y que viven y mueren al lado de las gentes a las que asisten, en un formidable compromiso tan espiritual como humano. Y me refiero a las monjas de Calcuta, a Vicente Ferrer, a Pere Casaldáliga…Pero nunca he podido entender que tendrán que ver estos admirables seres humanos con los mercachifles de Roma, ni como pueden viajar en el mismo barco que los cocodrilos del Vaticano, que decía mi entrañable Mario Benedetti. Mi admiración por ellos contrasta con mi desprecio por Benedicto y sus acólitos, que con sus inflamables palabras, ha hecho una más que probable contribución a la propagación del sida en África. Definitivamente, se me antoja que Benedicto XVI es un sujeto peligroso. De seguir en esa línea, mejor que no salga de su palacio papal.

15 de marzo de 2009

Nada

No es una broma. Seguramente ustedes también lo han visto en los telediarios o leído en los periódicos. Seguramente ustedes también se han pellizcado, para verificar que el vino de la comida o el viento de Levante no les estaba jugando una mala pasada y provocando alucinaciones. Pues no; es cierto. Verdadero. Auténtico. En el Centro Cultural Pompidou, de París, han inaugurado una exposición dedicada a “La Nada”. Y la verdad es que su contenido no puede ser más coherente con el título: en ella no hay nada, absolutamente nada. Paredes blancas, totalmente vacías. Nueve salas, enteritas. Es magnífico, genial, inconmensurable. El arte en estado puro.
Que la estulticia del ser humano no tiene límites es algo que ya sabemos. Basta con hacer un análisis sosegado al final de la jornada sobre las cosas que hemos hecho durante el día para confirmarlo, si tenemos un mínimo de autocrítica. Al menos a mí me pasa. Pero hechos públicos, notorios y de trascendencia internacional como la exposición de marras, nos ponen demasiado en evidencia y nos destapan nuestras miserias mentales de forma realmente inquietante.
Pero vuelvo a la antológica exposición de paredes blancas, sobre “La Nada”. Parece que para tan extenuante trabajo han sido necesarios ni más ni menos que ocho artistas, aunque no he llegado a comprender bien en qué consiste su trabajo en una exposición de tales características. ¿Quitar el polvo a las paredes o darles una mano de pintura? ¿Pasar el escobón por los pasillos del museo? El caso es que los artistas tienen nombre y apellidos, que se los doy para que los tengan en la estima y consideración debida. Son Art & Language (1968), Robert Barry (1936), Maria Eichhorn 1962, Bethan Huws 1961, Robert Irwin 1928, Yves Klein 1928-1962, Roman Ondák 1966 y Laurie Parson. Como pueden ver alguno de ellos está muerto y lleva criando malvas hace casi cincuenta años, lo cual nos da una somera idea del esfuerzo colectivo que ha sido necesario para llevar a buen término tan grandiosa obra.
Según reza la descripción de la exposición, “estos autores intentan transmitir el vacío como sensación, sintetizar el epicentro del arte conceptual y del minimalismo, modificar una experiencia común como es ir a una exposición o utilizar el vacío como protesta radical”. Acojonante. Excelso. Sublime. Se me acaban los adjetivos.
Seguramente habrán cobrado una pasta y probablemente del erario público, pero admitamos que esta vez el parné está bien empleado. Estos genios se lo merecen. Parece que el objetivo es que el visitante, ante la contemplación de las paredes desnudas, dé rienda suelta a la imaginación y haga la construcción mental de lo que quiera.
Propongo, desde ahora mismo, hacer extensiva esta original forma de concebir el arte a todas sus ramas y manifestaciones. La Literatura, por ejemplo. Libros de cuatrocientas páginas todas en blanco, desde la primera hasta la última. El lector desarrollará la imaginación cantidad, se inventará principios, nudos y desenlaces a su antojo, además de la inestimable ventaja de salvar cualquier barrera idiomática, y al tiempo seguir cumpliendo la siempre importante función de cualquier libro que se precie: decorar las estanterías del salón. Es cierto que Carmen Laforet escribió hace muchos años una galardonada novela titulada “Nada”, pero el título era engañoso e incoherente: lo abrías y estaba lleno de palabras. Y además muchísimas. Todo un fraude.
¿Y qué me dicen del teatro? Uno paga su entrada, se acomoda en la butaca, se abre el telón y contempla el escenario durante dos horas completamente vacío. Sencillamente excelso. La sublimación del arte dramático. Imaginación, señores, pura imaginación. ¿Y conciertos sin instrumentos, músicos ni música? Silencio total. Sin duda mucho mejores que la inmensa mayoría de los que la tienen, y mucho más baratos.
Sí, ya sé lo que están ustedes pensando: que no soy coherente con mi propuesta. Que mi artículo de hoy debería haber salido en blanco, con el título pero sin una sola letra. Que no he sabido incorporarme a las tendencias actuales del arte y no les he permitido desarrollar su imaginación, que soy antiguo y trasnochado. Y sobre todo, que ustedes habrían salido ganando. Pues sí, la verdad: tienen ustedes toda la razón. Mis más sinceras disculpas.

2 de marzo de 2009

Con un par

Sí señor, con un par...de cojones. Emilio Gutiérrez, que ha pasado a ser conocido como el “héroe de Lazkao”, actuó la semana pasada como cualquier ser humano al que en un momento dado le hierve la sangre ante la indignante chulería de unos mamarrachos desalmados, e hizo lo que le salió del alma y debía. Sí, lo que debía, sin tener que matizar su conducta con peros ni matices, y probablemente se quedó corto.
Por si se da el improbable caso de que algún lector no esté al corriente de los hechos, les hago un sucinto resumen. Emilio Gutiérrez, vecino de Lazkao, municipio vasco, vivía en el piso superior de la sede socialista que los angelitos de ETA reventaron con una bomba la semana pasada, en su ya habitual método de campaña electoral al que nos tienen acostumbrados. Su piso, que llevaba años preparando, amueblando y dejándose su salario y ahorros en hacerlo habitable, no salió mejor parado que la sede socialista. Lo convirtieron, básicamente, en un montón de escombros. La legítima y justa indignación le pudo, así que, ni corto ni perezoso, se dirigió con un mazo y dos cojones a hacer lo propio a la Herriko Taberna del pueblo, ese lugar donde los cachorros descerebrados de las ratas de ETA celebran tomando txikitos y champán cuando sus valientes gudaris revientan con una bomba o con un tiro en la nuca el cuerpo y el alma de cualquier ciudadano inocente que tenga la osadía de no pertenecer o compartir las delirantes ideas de su jauría de alimañas.
Vaya por delante mi admiración hacia el ciudadano Emilio Gutiérrez, y mi más absoluto repudio y desprecio a politicastros de toda laña y condición, así como a periodistas entregados a la tiranía de lo políticamente correcto, y que, en un indecente fariseísmo, han condenado el acto de Emilio, endulzando ligeramente su condena con una tibia “comprensión”. La ciudadanía en general, mucho más razonable, sabia y lúcida que los sujetos que dicen representarla, ha aplaudido con vehemencia la actuación de Emilio, y las muestras de apoyo y solidaridad a él y su familia se propagan por internet a velocidades vertiginosas. Añado la mía, sin ningún tipo de peros.
Aducen los políticos y periodistas tibios y timoratos que Emilio no debió tomarse la justicia por su mano. Y entonces, ¿quién hace justicia a Emilio? A fin de cuentas, él sólo ha perdido su casa. Ha tenido suerte. Pero, ¿quién hace justicia a los ochocientos muertos de la banda criminal? ¿Existe la justicia en el último territorio de Europa sin libertad ni democracia? A la hora de escribir este artículo no sé cuál habrá sido el resultado de las elecciones vascas, pero sí puedo afirmar, que, sea cual sea, tendrá poco que ver con la democracia real. ¿Cómo pueden calificarse de elecciones libres las que se dan en un lugar sojuzgado y controlado por una banda de matones mafiosos? ¿En un lugar en el que asesinos y sus cómplices caminan tranquilamente por la calle, hacen y deshacen a sus anchas mientras que los ciudadanos honrados y las fuerzas del orden deben callar, llevar escolta, no poder tomar una cerveza en paz, vivir atemorizados y ocultarse el rostro con un pasamontañas? ¿Un lugar en el que expresar una idea contraria a las preconizadas por los matones implica arriesgar cada día la vida y tener que vivir una existencia miserable y clandestina? ¿Qué igualdad de condiciones se dan para propagar el ideario político de unos y otros? ¿Y los miles de vascos que tuvieron que irse de su pueblo, que exiliarse de su tierra atemorizados por los asesinos y que no podrán votar? ¿Dónde están su papeletas? ¿Dónde su voz?
Sin libertad no hay democracia, y sin democracia no hay justicia. Por eso Emilio Gutiérrez ha tenido el valor y las agallas de desafiar a los matones, cosa que no son capaces de hacer los que realmente tienen los medios para hacerlo, y la justicia popular no sólo le ha absuelto de su acto saludable e higiénico, sino que le ha enaltecido a la categoría de héroe. A fin de cuentas, su gesto, vandálico pero irreprochable, es una nimiedad comparado con las quemas de autobuses, contenedores, y mobiliario urbano que realizan día sí y día también esos simpáticos muchachos de la “kale borroka”, pero con una pequeña diferencia. Estos últimos, después de pasar alegremente la tarde con su pira urbana revolucionaria y abertzale, en grupo siempre, los muy cobardes, se ponen hasta arriba de kalimocho y duermen calentitos en casa con papá y mamá, mientras que Emilio y su familia han tenido que abandonar el País Vasco e hipotecar a partir de ahora su vida. Una sutil diferencia. Mientras los criminales se sienten a sus anchas las víctimas deben escapar si no quieren recibir un tiro en la nuca. Así es la “libertad” de los vascos.
Y siendo el pueblo vasco y sus gentes hombres y mujeres que tengo en gran aprecio, gente trabajadora noble y valerosa, ¿por qué callan? ¿por qué agachan la cabeza ante los matones? ¿por qué matan a un vecino y sólo se atreven una veintena de ciudadanos a salir a manifestarse? Parece obvio: por miedo, por pánico, por terror. Hacen falta muchos Emilios en el País Vasco. Con un par de cojones. Con muchos como él otro gallo les cantaría a los cobardes de la serpiente y el tiro en la nuca. Y a los políticos fariseos que con una mano les “condenan” y con la otra les dan palmaditas en la espalda. Ustedes ya me entienden.

18 de febrero de 2009

La "condena" de escuchar castellano

Cuando llega la hora de escribir mi artículo de los lunes, y puesto que El Faro me da la libertad de escribir sobre lo que me plazca y me desahogue como quiera, suelo ojear en internet periódicos diversos, españoles y extranjeros, buscando algo pintoresco que me llame la atención y que difiera de la letanía informativa con que nos han castigado (por necesidad informativa, no los culpo) todos los medios durante la semana: que si la crisis, que si el espionaje de Madrid, que si la cacería de Garzón…Y no me gusta ser recurrente, pero hay que reconocer que el diario Avui, periódico ultranacionalista catalán subvencionado por la Generalitat, es una verdadera mina. Nunca me defrauda.
Les cuento la última. Hace un par de días, y como noticia destacada en portada en su edición digital figuraba el siguiente titular, que traduzco del catalán: “Terribas admite el error de entrevistar a José Bono en castellano”. Sí, han leído bien, no hay ningún error: no han dicho en eslovaco, bereber o suahili, sino en castellano. Se lo explico, si es que puedo. Resulta que en la TV3, televisión pública de Cataluña, entrevistaron a José Bono, presidente del congreso, conocido y orgulloso manchego. Y la presentadora cometió la infamia de hacerlo en castellano en lugar de catalán, habida cuenta del origen del entrevistado y tal vez sabiendo que el castellano no sólo es la lengua materna de la mitad de la población de Cataluña, sino la que todos los catalanes entienden a la perfección. Además de ser lengua oficial, asunto que hace ya tiempo que el Parlamento catalán se pasa por la entrepierna. Pues bien, craso error el de la presentadora. Gravísima afrenta a la patria catalana. Se pide la cabeza de la presentadora y la de la directora de TV3, Mònica Terribas. Utilizar el castellano en la televisión pública catalana es algo totalmente prohibido e inadmisible para sus instituciones, hasta el punto de que la señora Terribas ha tenido que comparecer ante el Parlamento catalán y reconocer el “error” de la cadena por haber cometido ignominia de tal calibre. Pero no se pierdan las palabras de la diputada de Convergencia i Unió que interpeló a la señora Terribas, ante el horrible desatino de la presentadora de su cadena: “De esta manera se condena (sic) a la audiencia a ver la entrevista en castellano. (…) No se puede priorizar la eficacia comunicativa al uso del catalán”. No se asombren, han leído perfectamente. Para la diputada de CiU, una señora de apellido Ortega (de origen catalanísimo, como se puede deducir), la eficacia comunicativa no debe ser prioritaria en un medio de comunicación. Y que la audiencia tenga que oír una entrevista en castellano es una “condena”. Vamos, que sólo le ha faltado llevar el tema al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo o denunciarlo ante Amnistía Internacional. ¡Pobre audiencia, qué “condena”, tener que oír una entrevista en el maldito castellano!
Pero así es el nacionalismo catalán. Después se llevan las manos a la cabeza cuando algún medio (como “The Independent”, prestigioso diario progresista británico), por ejemplo, dice que el castellano sufre persecución política en Cataluña. Que va, están locos, los que dicen eso son unos “fascistas”, suelen reaccionar los verdaderos fascistas totalitarios y excluyentes. Y conste que no me refiero a Cataluña ni al catalán, pueblo cuya cultura, carácter y lengua admiro, sino a los impostores politicastros que actúan en su nombre.
Pero no es de extrañar. Un tal Salvador Sostres, columnista del referido diario subvencionado por los impuestos de todos los catalanes y que fue tertuliano de “Crónicas Marcianas” (con eso se dice todo) escribió hace tiempo en un artículo titulado “Hablar español es de pobres”: “En Barcelona hablar en español es muy hortera, yo solamente lo hablo con la criada y con algunos empleados. Es de pobres y de horteras, de analfabetos y de gente de poco nivel hablar un idioma que hace este ruido tan espantoso al pronunciar la jota”. Esto se escribe en un diario de ideología afín a la totalitaria de ERC, partido que lleva la palabra “izquierda” en sus siglas, lo que no es óbice para que un columnista suyo afirme utilizar el castellano sólo con su criada y empleados, por ser lengua de pobres. (Aunque no tenía reparos en utilizarlo para decir mamarrachadas en “Crónicas marcianas”, previo pago, eso sí). Y si uno se mete en los foros de este diario, cuyos lectores suelen ser fanáticos de un partido que se nombra a sí mismo como “Izquierda”, observará que el insulto favorito hacia los “españoles” es el de “muertos de hambre”, entre otros cuantos mucho más castizos referidos a nuestras madres y difuntos. Convendrán conmigo en que el izquierdismo de este partido es, cuando menos, bastante peculiar. No sé, para mí se asemeja bastante más al fascismo más bastardo y xenófobo, pero puedo estar equivocado. De hecho el otro día escuché decir en televisión a mi idolatrado Carod Rovira, uno de sus caudillos, repetir eso de que en España hay “anticatalanismo”. Claro que sí, buen hombre, a la vista está.

2 de febrero de 2009

Ese apéndice intruso e impertinente

Millones de años lleva el hombre sobre la Tierra sobreviviendo, mal que bien, sin ese apéndice imprescindible incorporado en los últimos años a su naturaleza llamado teléfono móvil (¿en qué estaban ustedes pensando?), y aunque se hayan producido en el devenir de la Historia guerras, hambrunas, epidemias, hecatombes, y todo tipo de miserias colectivas, no me consta que ninguna de ellas se haya debido a la ausencia del teléfono móvil.
Decía Julio Cortázar es su magistral “Historias de cronopios y de famas” que cuando te regalan un reloj “te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”. El teléfono móvil, además de las servidumbres hacia el reloj de Córtazar, va mucho más lejos.
Como la mayoría de mi amable media docena de lectores, pertenezco a esa clase de bípedo que ha asistido a esa fundamental transición histórica consistente en la separación de dos etapas perfectamente delimitadas en la Historia: la era pre-móvil y la era post-móvil. Sugiero a nuestros futuros historiadores y antropólogos que se planteen muy seriamente este punto de inflexión de la vida en el planeta a la hora de definir las etapas de la Historia de la Humanidad.
Conocí una época –tal vez ustedes también la recuerden, si hacen memoria- en que cuando uno salía de su casa se transformaba en un ser que gozaba de un cierto albedrío respecto a su independencia e intimidad. Nadie podía interferir con tu relativa libertad, y si tenías necesidad de llamar desde la calle por teléfono a alguien (a una casa u oficina, claro) acudías a unos simpáticos cubículos situados en las aceras, que acogían en su interior un teléfono que funcionaba con monedas y que recibían el nombre de cabinas telefónicas. ¿Se acuerdan? (Bueno, la verdad es que no solían funcionar nunca).
En aquella época el ser humano carecía de ese apéndice sonoro gracias al cual ahora cualquier persona debe estar a disposición de cualquier otra a cualquier hora del día o de la noche. Gracias a este descomunal avance tecnológico ahora está permitido y es de gran aceptación social que cualquier hombre o mujer, particular o empresa, que posea el número de tu apéndice comunicativo haga una incursión en tu vida cuando le plazca (sea para saludarte, decirte dónde se encuentra o intentar venderte un seguro), interrumpa una conversación entre amigos, haga que se te enfríe en el plato tu comida favorita, te obligue a hacer juegos malabares para contestar mientras, cargado de bolsas, recibes las vueltas de la cajera del supermercado, te despierte de una apacible siesta, te acompañe sin haber sido invitado en ese paseo que pretendías en soledad por el parque o la playa, se cuele de carabina o sujetavelas en el momento álgido de una cena romántica con tu pareja o se meta de voyeur sonoro en el que podía haber sido, si no hubiera sido por la llamadita, el coito del año. El móvil no tiene zonas restringidas.
Alguien dirá que uno siempre tiene la posibilidad de apagarlo. Cierto. Pero la perversión del deplorable hábito social ha llegado al punto de que, tener el móvil apagado “sin causa justificada” es considerado por muchas personas como reprochable. Vamos, que, si me apuran, lo consideran una falta de educación. “¿Para qué tienes móvil si lo llevas apagado?”, me han llegado a reconvenir con severidad.
Y sin embargo es perfectamente aceptable tener que soportar en cualquier lugar público, no solamente las inefables melodías con que a veces se conectan los aparatitos, sino torturantes conversaciones privadas mantenidas a voz en grito sin el menor pudor ni rubor, que te hacen partícipe involuntario de la información del estado de la relación de Maripuri con su novio, las aventuras sexuales de la noche anterior de Pepe el Kiyo, o del último chanchullo para no pagar a Hacienda entre dos socios de trapicheo, sin que a nadie le importe una higa que sus apasionantes asuntos interfieran con la lectura de mi libro o de esa reflexión tranquila que uno pretendía mantener en un relativo silencio. ¿Se acuerdan cuándo uno podía permitirse el lujo de leer o dormir en un tren? ¡Qué tiempos aquellos!
Yo seguiría hablándoles de las innumerables virtudes de tan espléndido aparato, pero me van a disculpar: además de que se me ha acabado el espacio, está sonando mi móvil.

19 de enero de 2009

El acento de chiste de Maleni

Definitivamente en este país estamos a la que salta. Que estamos de uñas los unos contra los otros, vamos. Hay que ver la que se ha armado porque Montserrat Nebreda, que no sé bien qué cargo tiene en el PP de Cataluña, ha dicho que la señora Ministra de Transportes, doña Magdalena Álvarez, más conocida por Maleni, tiene acento de chiste. Tal vez sea ésta una de las pocas y más irrefutables verdades que en mi vida he oído de boca de un político, poco meritoria por lo obvio al tiempo que valiente por lo políticamente incorrecto.
Nada más cierto. La señora Maleni tiene tal acento de chiste y una sintaxis tan cateta y aturullada que cuando hace alguna declaración en un Telediario pienso que alguien ha cambiado de cadena y me han puesto a Los Morancos, o están repitiendo el célebre sketch de la empanadilla de Martes y Trece, o que ha vuelto a las pantallas el mismísimo Carlos Latre. Pero no, porque ninguno de ellos sería capaz de superarla ni en los momentos más inspirados. Maleni es una caricatura de sí misma a la que no es capaz de llegar el mejor de los caricatos. De hecho, cuando la ministra hizo alusión a las declaraciones de Nebreda, hizo unos comentarios ininteligibles, como suele ser habitual, en los que se refirió en dos ocasiones a la señora “Negrera”. Pero no con animus injuriandi, como podría haber sido oportuno en defensa propia, sino con la espontaneidad y campechanería que la caracteriza. Genio y figura.
Pero decía que estamos de uñas porque este comentario de Montserrat Nebreda, tan acertado como inoportuno entre políticos, ha dado pie a que toda Andalucía se sienta aludida y ofendida, interpretando que Nebreda se mofaba del acento andaluz. Hasta el punto de que sus correligionarios de partido han pedido su dimisión y el PP la ha expedientado, si no estoy mal informado. Podré yo estar equivocado, y no me erigiré precisamente en abogado de Montserrat Nebreda, pero que yo sepa en ningún momento se ha burlado ésta del acento andaluz, pues, a Dios gracias, no todos los andaluces hablan como Maleni. Ni mucho menos. Más bien al contrario. El acento y el habla andaluza en general es musical, graciosa en el buen sentido de la palabra, rica en figuras estilísticas de todo tipo, fértil en vocabulario y ya quisiéramos los castellanos tener en muchos casos su corrección gramatical exenta de leísmos, laísmos y otros males que nos aquejan a los originarios de la cuna de la lengua. Por no decir que es y ha sido la tierra más prolífica de los mejores poetas, desde Góngora hasta Bécquer, desde Lorca a Cernuda y desde Juan Ramón Jiménez a Alberti. Tierra de poetas, tierra de cultura, tierra en que el castellano se perfuma de musicalidad y gracia. Y entre los políticos no olvidemos a grandes oradores, que nunca han prescindido de su acento andaluz, como González o Guerra, sin perder por ello un ápice de brillantez.
Es cierto que se le perdonaría a la Sra. Álvarez su innegable acento de chiste (que no tiene nada que ver con su origen andaluz, insisto) y su jocosa prosodia- a la que por otra parte nunca debió aludir la Sra. Nebreda, por una elemental cortesía entre políticos- si su gestión en el cargo de Ministra de Transportes fuera impecable, o al menos aceptable. Que hable como quiera con tal de que haga las cosas bien. Pero no. Resulta difícil encontrar en la historia de la democracia española una gestión tan nefasta en un ministerio, desde los trenes de cercanías de Barcelona hasta el aeropuerto de Barajas pasando por los despropósitos del AVE. Es imposible hacerlo tan mal, y si a los hechos se suman las explicaciones incomprensibles que proporciona en su dialéctica de una especie de Cantinflas meridional, las risas están aseguradas.
Señor Zapatero, yo comprendo que no cese a Magdalena Álvarez por mal que haga las cosas, pues entiendo que, además de dar muestras de autoridad y demostrar al mundo quien manda en este país, proporcione buenos ratos también a los miembros de gabinete en sus jocosas intervenciones, que buena falta les hace. Pero le propongo algo mejor: asciéndala a Portavoz del Gobierno. Nuestros transportes y comunicaciones mejorarán sensiblemente y además nadie se perdería nunca las intervenciones de Maleni. No las superaría ni Chiquito de la Calzada.

7 de enero de 2009

La factura de las lenguas cooficiales

Dice Zapatero, respondiendo a una petición del presidente de Galicia, Pérez Touriño, que es bastante probable que se tenga en consideración la existencia de lenguas cooficiales como criterio relevante en el cálculo de los recursos a asignar a cada Comunidad Autónoma. Dicho de otra manera, que lo que los nacionalistas quieren es que el coste de la construcción de sus nacioncitas, en la cual lo que llaman “lengua propia” es pilar fundamental, lo paguemos entre todos los españoles. Hablando en plata: que todo el dispendio que supone la “catalanización” absoluta de Cataluña, Baleares y Comunidad Valenciana y la “galleguización” total de Galicia, en términos lingüísticos, sea apoquinado por todos. Dicen que hablar dos lenguas cuesta dinero. Claro que sí, ¿y por qué no a los ceutíes, madrileños, extremeños o aragoneses? También queremos que la gente conozca y use dos lenguas, y si son tres o cuatro, mejor que mejor.
¿Pagar la factura del “bilingüismo” entre todos? Si se tratara de verdadero bilingüismo, hasta me parecería bien. Pero qué gran cinismo subyace en la enésima exigencia nacionalista. Porque en Cataluña, por ejemplo, y últimamente en Baleares con su inefable gobierno sixpartito, se gastan ingentes cantidades de dinero, no en conseguir el bilingüismo, como se simula en la astuta demanda de Touriño ingenuamente tragada por Zapatero, sino precisamente en luchar contra él, buscando el monolingüismo en catalán o en las demás lenguas vernáculas diferentes del castellano. Escribía el sociolingüista catalanista Jordi Solé, en cuyos postulados se basa en buena parte la política lingüística de Cataluña y por mimetismo de Baleares, que un objetivo mucho más importante que catalanizar a la población era “desespañolizar” Cataluña. La verdadera meta es erradicar el castellano de los llamados por ellos “Países Catalanes”. Y eso está claro que cuesta muchas pelas. Creación de televisiones que emiten exclusivamente en catalán, subvenciones a cualquier mamarrachada con tal de que se haga en catalán, generosos estipendios y prebendas para cualquier funcionario que actúe exclusivamente en esta lengua…Todo acompañado de lo contrario con el castellano: supresión de la lengua en las instituciones, en los rótulos, en la educación, de los premios literarios, de la televisión pública, y negar el pan y la sal a cualquier iniciativa cultural escrita en la maldita lengua de Cervantes, cuando no sancionar a establecimientos que tengan el atrevimiento de rotular sólo en la vergonzosa lengua oficial del Estado. Porque un proceso de sustitución de la lengua materna de más de la mitad de la población, además de ser imposible, cuesta demasiado dinero. Esto empieza a ser parecido en Galicia y en ciertos ámbitos de la Comunidad Valenciana.
Y lo verdaderamente paradójico del caso es que este pintoresco proceso, llamado cómica y cínicamente “normalización lingüística”, se pretende que se pague con los impuestos de españoles a los que, gracias a su aportación, verán cerradas las puertas laborales de los territorios cuya política lingüística han estado subvencionando, como ya sucede actualmente. Se trata de asignar parte de nuestros impuestos a unos territorios cuyos gobiernos los emplearán en conseguir precisamente nuestra exclusión laboral de los mismos, gracias al factor lingüístico (salvo que se vaya a jugar al Barça, por ejemplo, en cuyo caso se le exime de la exigencia de conocimiento del idioma). Un funcionario madrileño, asturiano o andaluz subvencionará la implantación del gallego y del catalán en sus territorios, pero después no podrá pedir un traslado a esas regiones por no conocer el idioma que ha estado subvencionando. Él mismo habrá colaborado con sus impuestos a una notable restricción de su movilidad geográfica en su propio país. Tras cornudo, apaleado.
La verdad es que hay que reconocer que el bueno de Zapatero, con su legendario talante, se come todos los sapos al que le invitan los nacionalistas. Todos. Con pan tomaca o con alioli, pero se los come. Tan ingenuo y crédulo es que cree que el coste de la cooficialidad de lenguas es para financiar el “bilingüismo” en Cataluña y Galicia. Claro que sí, Sr. Zapatero, y esta noche llegan los Reyes Magos, así que no olvide dejar los zapatitos limpios en la chimenea de La Moncloa…

31 de diciembre de 2008

Sobrevivir a las navidades

Si usted, amable lector, es de los que piensa que las navidades son unas fiestas maravillosamente entrañables, llenas de alegría y diversión, amor y fraternidad, en las que se reúne la familia en deliciosa armonía y concordia y son, en definitiva, los días más felices del año, le ruego no siga leyendo. Si realmente así lo cree, disfrútelas, se lo deseo de corazón. Aún le quedan algunos días. Pase a otro artículo y felices navidades.
Si por el contrario piensa que preferiría pasar esta época del año recluido en Guantánamo realizando trabajos forzados o secuestrado por las FARC en la jungla antes que padecer la parafernalia y rituales inevitables de tan señaladas fechas, tal vez encuentre algo de sintonía en este dramático lamento del que suscribe.
¿Qué son las navidades? En teoría la festividad religiosa en que se celebra la venida al mundo de Jesucristo (que por cierto nació en verano del año 6 antes de Cristo, según han averiguado los estudiosos del asunto, pero claro, a ver quién es el guapo que se pone a hacer muñecos de nieve y pegarse atracones de pavo en plena canícula, así que nos apañamos como está). Pero, ¿quién se acuerda de eso? Más bien la gente se acuerda sin saberlo de Pepín Fernández, que hace bastantes menos años montó una pequeña sastrería en Madrid llamada El Corte Inglés, que cedió a Ramón Areces mientras él abría unos almacenes llamados Galerías Preciados, y después ya sabemos todos lo que pasó. Celebramos San Elcorteinglés, San Villancico, San Ildefonso del Niño, Santa Borrachera, San Alkasetzer y Santa Resaca del Niño Jesús. Y, por supuesto, Santa Visa Oro, mártir, muy mártir, pero no precisamente virgen.
Y si las navidades se redujesen a dos o tres días, pues vale, con paciencia y resignación se soportan como sea. Pero no. A mediados de diciembre empiezan sus negros augurios, pintados generalmente de rojo y espantosos angelotes mofletudos que iluminan las calles y fachadas. Las contribuciones de las navidades a la desesperación del ser humano más comedido son numerosas, pero me limitaré a señalar las más significativas.
Se suele empezar por la lotería. Lotería en el trabajo, en la tienda de la esquina, en el bar, en la parroquia, en la frutería, en el colegio de los niños, en el gimnasio, en la peña futbolística, en el puticlub…Y claro, hay que comprar velis nolis, no vaya a ser que le toque al cretino de Sisebuto el contable o a la bruja de Doña Consuelo la del cuarto, y yo me quede a dos velas. Eso sí que no. Y luego están las almas caritativas que, en un desprendido gesto de amor y generosidad, te regalan lotería. Qué alegría, olé, olé. Ahora me toca corresponder, comprar tanta lotería como he sido regalado y hacer lo propio. Hala, ponte a hacer la cola más larga y estúpida del planeta delante de la doña Manolita de turno y a repartir participaciones. En resumen: aborrezco la lotería, pero me he gastado medio sueldo en ella para acabar diciendo el día 23 aquello de “lo importante es que haya salud”, sentencia original donde las haya. Aunque sólo hay una cosa peor a que no te toque: que te toque el reintegro en el número al que has dado participaciones a 87 personas. Las consecuencias son sencillamente catastróficas. Ah, y los reportajes televisivos del día siguiente con los afortunados. Es difícil superar cada año lo hortera, casposo y chabacano del año anterior, pero generalmente lo consiguen. Muy meritorios los reporteros.
Luego suelen empezar las comidas y cenas de trabajo. Comidas de cuarenta, cincuenta, ochenta personas. Comidas de cuarenta, cincuenta, ochenta euros. Y hay que ir, claro, hay que ir, porque si no eres un antipático y un insociable. Las mujeres se barnizan y cuelgan abalorios y los hombres se encorbatan. Primero está la pelea por coger un puesto de forma que tus vecinos de mesa no transformen tu comida en una tragedia griega o en una tortura china. Después está el discurso y felicitación general del jefe, que aguantas estoicamente mientras ves con desesperación cómo las croquetas del aperitivo se enfrían y otros comensales disimuladamente ya están dando cuenta del jamón ibérico. A ti te pilla cerca del jefe y no puedes hacer las pertinentes maniobras, así que cuando acaba sólo quedan las croquetas. Frías, claro. El transcurso de la comida puede tener varios derroteros, entre los cuales ninguno se aproxima al éxtasis, no siendo infrecuente ni el peor contemplarte a ti mismo rodeado de ochenta personas, en otras ocasiones respetables y sensatas, beodas y desafinando con verdadera alevosía el chiquirriquitín, los peces en el río y joyas semejantes de nuestro acervo tradicional navideño. Afortunadamente el rioja suele anestesiar bastante y de alguna manera nos hace inconscientes de lo patético del momento. La mañana siguiente ya es otro día.
Después vienen las compras. Grandes almacenes comparables con desventaja a campos de concentración o vagones de ganado, con la sustancial diferencia de que en los primeros acudimos de manera voluntaria, además de que se paga, y mucho, por la estancia, y suena con machaconería y crueldad el “campana sobre campana”. Encontrar en esos recintos de exterminio una empleada que te atienda es bastante más difícil que conseguir una cita con Nicole Kidman. Así que esperamos pacientemente entre el sudor general y el olor a choto, cargados de regalos, una larga cola para conseguir que la cajera, con prisas y malos modos, nos cobre y adelgace un poco más nuestra ya escuálida tarjeta de crédito. Y luego hacemos lo propio para que alguien nos envuelva los paquetes con papel de regalo adornado con papás noeles y estrellitas de colores. Con suerte, media hora más de “campana sobre campana”. Si cuando estás saliendo por la puerta entre empellones te das cuenta de que se te ha olvidado el regalito de tu sobrino Borja Luis, no son improbables los pensamientos suicidas.
¿Y que me dicen de las dos grandes e irremediables cenas? Ambas darían para una antología del sainete, desde la elección de la casa, el menú, los invitados, la vestimenta, los prolegómenos y el epílogo. Suegros, nueras, yernos, cuñados y demás parentela forman un contubernio a caballo entre “Aquí no hay quien viva” y el camarote de los hermanos Marx, si hay suerte y la noche no se pone lacrimógena. Superado el trago a base de tragos hay que volver a casa con una tajada respetable, pero con suficiente habilidad para ir esquivando petardos, adolescentes borrachos y botellas voladoras; qué noche tan bonita, la Nochebuena. La Nochevieja es parecida, con el agravante de tener que aguantar los resúmenes del año en televisión, la retransmisión de las campanadas por Ramón García (¡que espanto!), las burbujas de Freixenet y el conato de atragantamiento y asfixia tratando de engullir en un tiempo imposible doce uvas que han costado como doce bogavantes. Y después muchos más petardos, muchos más borrachos y muchas más botellas voladoras: no hay mejor forma de empezar el año.
Y no me ha quedado espacio para hablar de Papá Noel, el arbolito con sus bolitas, el aguinaldo, los Santos Inocentes, el nacimiento y los caganers, los polvorones, la subida del colesterol y el abultamiento de barrigas y michelines, de los Reyes Magos y sobre todo de la magia necesaria que éstos deberán realizar para evitar que la visa no se desintegre o fallezca por extenuación.
En fin, que si usted está leyendo estas líneas, consuélese pensando que este año lo peor ya ha pasado. Sólo queda Nochevieja, Reyes Magos y se acabó. Dentro de unos días estará usted de nuevo en el tajo, es decir, en la mismísima gloria. Habrá sobrevivido, un año más, a las entrañables navidades.

14 de diciembre de 2008

El culo de Tardà

“Tú puedes ser el culo que buscamos”, reza una campaña de un pueblo de Lérida para encontrar el culo más apropiado para representar al tradicional “caganer” en un belén viviente, figura consistente en un pastor defecando que no puede ni debe faltar en belén catalán que se precie. Por lo visto están incluso realizando un exhaustivo casting, con objeto de que el trasero elegido sea el idóneo para tan importante evento.
En realidad creo que no hay necesidad de casting. El “caganer” perfecto, ideal e inconmensurable –en todos los sentidos posibles de la palabra- lo tienen en casa, en la figura del ínclito e iluminado diputado de ERC Joan Tardà. Porque, a tenor de sus últimas declaraciones políticas parece obvio que es la referida parte de su anatomía la que más emplea para la elaboración de sus pensamientos y actuaciones públicas.
Hace un par de semanas, ebrio de gozo en un mitin ante sus chicos patriotas independentistas, en el que se quemó públicamente un ataúd que representaba la Constitución Española, lo acabó con los entusiastas gritos de “Viva la República, muerte al Borbón”. Nada que objetar, ya sabemos que en este país la libertad de expresión es ilimitada, especialmente cuando son los nacionalistas los emisores del exabrupto. No obstante, al ser interpelado respecto a sus arengas, el valiente republicano dijo que no se refería al actual monarca, el rey Juan Carlos, sino a Felipe V. En otras palabras, que nuestro brillante orador rectificó con uno de los argumentos más estúpidos que puedan argüirse, pues no parece muy coherente desear la muerte de alguien que lleva muerto nada más y nada menos que 262 años. Es decir, que o pensaba que Felipe V seguía vivo (cosa que no es de extrañar dada la cultura del personaje), o sencillamente se lo hizo en los pantalones. Me inclino por lo segundo, por lo que ya ven que el señor Tardà como “caganer” no tiene precio, volumen de su trasero aparte.
Y la última defecación intelectual del genial personaje nos afecta particularmente a los que vivimos en Ceuta, y más concretamente a los docentes. No ha tenido mejor idea el visionario político independentista catalán que pedir en el Congreso que en el sistema escolar de Ceuta y Melilla se enseñe el idioma “tamazig”, lengua cuya oficialidad ya había reivindicado para las ciudades autónomas. Me parece estupendo, qué brillantez, qué ingenio, Sr. Tardà. Si no fuera por algunos banales detalles. En primer lugar él es un político independentista catalán, que dice no ser español, por lo cual no veo con qué coherencia se interesa en cómo organicen su vida y convivencia los habitantes de dos ciudades españolas (por tanto para él extranjeras), cuya españolidad, por cierto, tampoco reivindica. Salvo que pretenda anexionarlas al imperio de los Países Catalanes (en cuyo caso no concebiría que en Ceuta y Melilla se hablase jamás otra lengua que no fuese catalán), no lo acabo de entender. En segundo lugar, parece que el Sr. Tardà no tiene la menor idea de qué es el tamazig, cosa que tampoco me extraña si también piensa que Felipe V sigue vivo. El tamazig es una lengua de carácter casi exclusivamente oral hablada en algunas zonas del norte de Marruecos, es decir, es el bereber de la zona del Rif. Hasta hace muy poco tiempo ni siquiera tenía carácter oficial en Marruecos. En Ceuta apenas se habla; se utiliza mucho más el daríya, la variante dialectal del árabe marroquí. En Melilla el tamazig se habla más, dada la procedencia de la mayoría de los habitantes musulmanes de esa ciudad. Pero ni en una ciudad ni en la otra existe, que yo sepa, ningún tipo de demanda social real para que las lenguas marroquíes se enseñen en las escuelas, al menos de forma obligatoria. Más bien al contrario: por razones obvias la mayoría de los padres musulmanes lo que realmente están interesados es que sus hijos aprendan y hablen perfectamente el castellano, cosa que, en ciertos casos, dista de la realidad. Así que, ¿cuál será el interés real del catalanista Tardà en su injerencia en la política lingüística de Ceuta y Melilla? Parece claro que sus motivaciones no son precisamente de orden cultural, sino bastante más bastardas. A él todo lo que sea “desespañolizar” le gusta, aunque sea a miles de kilómetros de su quimérica patria catalana, ni nadie le haya dado ninguna vela en este entierro, ni tenga repajolera idea acerca de la sociedad ceutí y melillense y mucho menos de lo que es el tamazig, palabra que seguramente habrá tenido que buscar en la Enciclopedia Catalana antes de hacer su pintoresca propuesta ante el Congreso español.
Lo dicho, señores de Lérida. No busquen más en su casting: tienen muy cerca al “caganer” ideal.
Y si algún día hacemos en Ceuta un belén viviente con “caganer”, le llamaremos, Sr. Tardà, aunque, eso sí, antes tendrá que aprender tamazig. Coherencia obliga.

8 de diciembre de 2008

Educación y violencia de género

No sé cuántas mujeres han sido ya asesinadas por sus parejas o ex parejas en España en lo que va de año. Creo que sesenta o setenta. Son, ciertamente, muchas. Pero aunque fuera solamente una, también serían demasiadas.
No hay ninguna sociedad en el mundo exenta de violencia, de crímenes, de asesinatos. Ni probablemente la habrá. Es una de las muchas taras de la condición humana. La gente mata por ambición, por dinero, por odio, por venganza, y tal vez por otras razones que tal vez en estos momentos no alcanzo a definir con precisión.
Pero la llamada “violencia de género” (de acuerdo, lo llamaré así: los postulantes de este aberrante término han ganado la batalla) tiene una característica especial. El asesino –generalmente un hombre- no mata por dinero, ni venganza, ni ambición. Mata por “amor”. Mata por “pasión”. Así lo cree y siente él. El crimen del hombre abandonado y despechado, o del traicionado por la mujer infiel (real o imaginariamente), o del celoso enfermizo, se produce siempre por un ser enajenado, patológicamente iracundo, que actúa bajo unas circunstancias ante las cuales no habrá ley ni derecho penal ni consecuencias capaces de disuadirlo. De hecho, en buena parte de los casos, tras cometer el crimen el asesino se suicida, es decir, se autoinflige la pena capital, llega él mismo en su condena mucho más allá de lo que podría ir el tribunal más severo que pudiera enjuiciarle. No le importa morir con tal de que muera también “su mujer” (posesión exclusiva). Ella no estará con él, pero tampoco estará jamás con ningún otro. O conmigo o con nadie, es el enfermizo análisis del asesino.
Por eso, si la severidad de las leyes y las penas puede tener un cierto efecto disuasorio en otro tipo de crímenes, no tiene absolutamente ninguno en los de género, antes llamados, con cierto romanticismo, crímenes pasionales. La pasión es un estado patológico, que exacerba el sentimiento y anula la razón, así que no habrá argumento basado en la lógica o el sentido común capaz de disuadirle de su atrocidad. El endurecimiento de las penas se ha demostrado inútil.
Otro intento por luchar contra este tipo de violencia ha sido el gran aparato mediático con que estos hechos se cubren, tal vez con la bienintencionada idea de la concienciación social del problema. No sólo también se me antoja ineficaz, sino que voy más allá: creo que en muchos casos puede resultar un estímulo y acicate para el potencial asesino. Su crimen, el de su “victoria”, abrirá los telediarios y copará las portadas de los periódicos. En las ciudades se guardarán minutos de silencio. Los ciudadanos se pondrán lazos de duelo. No sólo habrá conseguido el asesino su propósito, sino que logrará la celebridad, tal vez tras su propio suicidio. Toda España conocerá su “gesta”, todo el país sabrá que la “amaba” tanto que acabó por matarla. Además de ganar su partida particular, se habrá convertido en célebre. Un célebre asesino, pero célebre al fin. Y por “amor”. Por supuesto es una opinión personal, pero creo que los beneficios –concienciación social- pueden ser menores que los perjuicios. La fama, aunque macabra, puede ser un aliciente más para el homicidio. La Historia esta llena de casos; en estos momentos me viene a la cabeza el asesino de John Lennon. Por eso propongo –sé que es nadar contracorriente y quizás políticamente incorrecto- la discreción ante el crimen de género. Si el asesino no ha tenido la buena ocurrencia de suicidarse, que se pudra en la cárcel, pero no le demos ni un minuto de televisión ni celebridad.
Entonces, ¿qué hacer?
No hay una receta mágica. Pero si algo puede y debe servir para mitigar esta tara es la escuela, ese gran laboratorio de la sociedad que forja la personalidad y relaciones entre futuros hombres y mujeres. Es la Educación, una vez más y con mayúsculas. Creo que el papel de los educadores desde los primeros años de la infancia es decisivo. Sé que no digo nada nuevo ni descubro la pólvora, pero tengo la impresión de que se podría hacer mucho más de lo que se hace. Si el profesor es observador –y debe serlo- puede atisbar a potenciales futuros maltratadores en la escuela, en el instituto. Sus ademanes son inequívocos: chulería, altivez, prepotencia, gestos de superioridad hacia las chicas. Actitudes que las traen puestas de lo que probablemente ven en sus propias familias. Y aquí, en este umbral de la posible catástrofe es donde la escuela debe ponerse manos a la obra. Sin regatear medios ni esfuerzos: orientación psicológica, educación sexual, charlas con las familias. Todo es poco.
Porque lo que se haga después, una vez forjada la personalidad del maltratador, será baldío. Será, como ha quedado demostrado, demasiado tarde. Ni los jueces, ni la policía, ni los medios de comunicación podrán evitar el siguiente crimen. La escuela tal vez sí.

24 de noviembre de 2008

Yo no veré la entrevista

No es la primera vez que comento en este rincón del periódico la repugnancia que me produce la telebasura. Y no es sólo por la indignación que me sacude que pisaverdes, zánganos, mamarrachos, zampabollos y rabizas de la más baja estopa se lleven el dinerito de todos –sí, de todos- por contar sus nauseabundas miserias en televisión, insultarse entre eructos fétidos y barriobajeros, chillarse con agudos sonidos guturales más propios de mandriles primitivos, desangrarse a dentelladas de lobos hambrientos (pero sin su elegancia y su nobleza), proporcionando a la audiencia un espectáculo en el que seres humanos se denigran y envilecen a requerimiento y provocación de unos supuestos periodistas, compuestos por una cuadrilla de arpías deslenguadas, marujonas, víboras y bujarrones, que deshonran y ensucian hasta la arcada su profesión, otrora tan hermosa e ilustre.
No sólo es por eso, que no es poco, sino mucho más por el devastador efecto que tan detestable circo ha ido poco a poco produciendo en nuestra sociedad, en nuestros niños, en nuestros jóvenes, en nuestra educación, civilidad y cultura, si aún nos queda algo de estos pintorescos valores en vías de extinción. A mi modesto parecer nunca se ha acertado a ponderar lo suficiente el ponzoñoso efecto de la telebasura española en los informes internacionales que valoran nuestros resultados escolares, situados a la cola de los países desarrollados. Porque si en algo somos verdaderos líderes y campeones del mundo, es en el pestilente mundo de la telebasura. Famosos en el mundo entero. Qué vergüenza. Primeros en telebasura; colistas en educación. Si tenemos en cuenta que cada niño español se mama unas dos o tres horas de televisión diarias, no es descabellado pensar en una más que probable relación causa-efecto.
Y si son cooperantes necesarios los paparazzi, ese hediondo subproducto del periodismo, y los haraganes chulescos y tarados que son pagados por airear en la televisión sus excrementos vitales cotidianos, los verdaderos responsables son aquellos que ponen la pasta para crear esta televisión de cloaca, que gracias a la numerosa audiencia que proporciona, les da unos dividendos ante los cuales cualquier escrúpulo moral se diluye. Poderoso caballero es don dinero.
Por eso saludo y aplaudo alguna iniciativa ciudadana que se empieza a crear, fruto del hastío, para luchar, dentro de nuestras posibilidades, contra esta indecente lacra. Como para conseguir audiencia todo vale, la última moda de Tele 5, la televisión de Berlusconi (¿de quién iba a ser?), es la de pagar dinerales a delincuentes, chorizos y estafadores de todo pelaje para que se den un baño de masas ante la cámara. Empezaron pagando a la mujer maltratada y por la que, por defenderla, estuvo a punto de perder su vida un valiente ciudadano, para que ella se permitiera el lujo de ensalzar a su chulo apaleador y vilipendiar a su defensor, que en esos momentos se encontraba en coma en un hospital de Madrid. Máxima audiencia, máxima pasta, máximo asco.
La semana pasada estuvo sentado en el plató del mismo programa el chorizo más célebre de la política española (aunque tal vez no el mayor), Roldán, y que por lo visto, tras los 1800 millones de pesetas que nos robó a todos los españoles, también recibió su cheque a cargo de la espléndida cadena. Pues parece que lo último que se prepara es pagar 350.000 euros a Julián Muñoz, corrupto estafador convicto, para que airee sus desfalcos (o lo que él quiera decir) en el mismo show, con la complicidad de las aves carroñeras con título de periodismo que también son generosamente pagados por colaborar para que no falte de nada en tan sórdido espectáculo.
En este punto, un puñado de voluntariosos ciudadanos de bien ha dicho: hasta aquí hemos llegado. Ya basta. Se acabó. O al menos, lo van a intentar. Y se ha iniciado una campaña –a la que me adhiero con fervor- para boicotear esta indignidad. La campaña se llama www.noveaslaentrevista.com, página que les invito –y hasta ruego- visiten, con el objeto de utilizar el único medio que tenemos para acabar con la telebasura: no consumirla. No tragarla. Aunque nos pique la curiosidad de ver a ese bribón repanchingado en el plató, reprimirla porque, al sintonizar esa cadena, estamos financiando su basura. E incrementando las arcas de un estafador. Y las de los buitres carroñeros que se hacen pasar por periodistas.
Quizás no lo consigamos, porque el dinero mueve el mundo, pero lo vamos a intentar. Desde luego, a mí que no me cuenten entre la audiencia. No pienso aportar un céntimo a Tele 5, y así hacer mi contribución benéfica a subvencionar chorizos, haraganes, canallas, estafadores, maleantes y periodistas carroñeros. Y si ustedes quieren verlo, ya saben a quienes están pagando.

9 de noviembre de 2008

El regreso de Mr. Marshall

Las elecciones estadounidenses (evitaré decir americanas, por ahora) han acaparado hasta la indigestión la actualidad en todos los medios de comunicación españoles, y probablemente los de la mayoría de los países del mundo. Comprendo la importancia que tenga en el mundo entero todo aquello que ocurra en el país más poderoso del orbe, pues lo que allí sucede, para bien o para mal, nos afecta a todos. Lo más triste es que el país que presume de ser el paradigma de las libertades democráticas tiene una cultura de participación ciudadana escasísima, un sistema electoral tan arbitrario y poco representativo que decenas de millones de votos no sirven para nada, y una inmensa mayoría de ciudadanos cuya incultura política (y general) les lleva a creer a pies juntillas lo que dicen sus gobernantes como si de palabra divina se tratase, cuando éstos no suelen ser más que instrumentos de los lobbies de las poderosísimas multinacionales que realmente mueven los hilos del mundo. Por ello la diferencia entre elegir a un presidente demócrata o republicano es en realidad poco significativa; aunque haya un presidente demócrata y de piel oscura (parece que es lo más llamativo esta vez, qué triste) seguirá habiendo cerca de la mitad de la población sin acceso a la sanidad pública ni privada, un gasto armamentístico con el que se podría eliminar la miseria el mundo entero, seguirá siendo más fácil comprar una pistola que fumar un pitillo y se seguirá aplicando la pena de muerte con inyección letal a seres humanos, a veces oligofrénicos, sin por ello dejar de presumir de ser el país de la libertad y las oportunidades para todos.
Y como su poder es omnímodo y traspasa fronteras, no se conforman con saltarse a la torera resoluciones de las Naciones Unidas, acuerdos internacionales sobre el medio ambiente, apoyar a dictadores o derrocar (o asesinar) a políticos elegidos democráticamente en cualquier lugar del mundo según su conveniencia, sino que nos imponen, con su peculiar criterio, su propia nomenclatura para ciertos conceptos que el resto del mundo no duda en aceptar sin rechistar, empezando por nosotros mismos.
“Bienvenidos americanos, os recibimos con alegría”, cantábamos en la genial parodia de Berlanga en Bienvenido, Mr. Marshall. Ya para entonces llamábamos todos América a los Estados Unidos y americanos a los estadounidenses. Decidieron quedarse para ellos solitos el nombre del maravilloso continente cuyo nombre recibió de Américo Vespuccio. Y sus hermanos menores y pobres del continente se lo cedieron con resignación, así que colombianos, mexicanos, argentinos o peruanos se refieren como americanos a los ciudadanos del país de las barras y estrellas, olvidándose, en una contagiosa epidemia de amnesia histórica, de que ellos también lo son. América, América, América. Lo demás es América Latina, apellido deshonroso con olor a miseria y subdesarrollo. Y todos lo repetimos como papagayos, coreando sumisos los dictados del Tío Sam. En las clases de Geografía de las escuelas de Estados Unidos (o sea, las americanas, para entendernos) se estudia América no como un continente, sino dos. Llegará el día en que aquí también lo estudiemos así, si no, al tiempo.
También un día decidieron inventar una raza y la llamaron hispana, o latina. Hasta hace poco tiempo, esta pintoresca forma de denominar a una gran cultura que casualmente es la nuestra, se limitaba a las fronteras interiores de los Estados Unidos. No suele faltar en sus impresos de filiación, desde matrículas universitarias a permisos de conducir, un apartado en el que uno debe señalar la raza a la que pertenece. Y entre esas razas (blanca, negra, asiática, etc.) figura indefectiblemente una, inventada por ellos como etnia, llamada “hispana” o “latina”. Asumiendo tal vez que los que hablamos español lo hacemos debido a nuestro origen étnico y no cultural, más de una vez me preguntaron, cuando vivía allí, si me consideraba blanco o hispano. Dura disyuntiva, vive Dios, qué respuesta tan difícil. Lo peor es que últimamente esta estupidez ha llegado a nuestro país, al mismísimo corazón de la cultura hispánica, y más de un medio de comunicación español teóricamente cabal ha repetido miméticamente el invento gringo, y no ha dudado en clasificar a los hispanos o latinos como una de las “razas” de Estados Unidos. Les juro que lo he oído. Así que, ya asumidas como propias las barbas de Santa Claus y la insufrible patochada de Halloween, sólo nos falta celebrar el día de Acción de Gracias trinchando el pavo en familia con un buen revólver en el cinto, y cantando, mano en el corazón, America the beautiful.

28 de octubre de 2008

El Babel español

Pienso que uno de los virus más lacerantes de la España moderna son los nacionalismos periféricos, surgidos con una cierta moderación en la transición posfranquista y llevados a la exacerbación en nuestros días, hasta convertir nuestro país en una especie de irregular amalgama de reinos de Taifas insolidarios, cuando no enfrentados.
Entre las muchas consecuencias negativas de esa especie de incipiente balcanización española, no es precisamente la menor la que podría llamarse la cuestión lingüística.
Las lenguas regionales españolas fueron justamente dotadas de reconocimiento y oficialidad en la Constitución del 78, con el espíritu de que esas lenguas, injustamente proscritas durante la dictadura, pudieran estudiarse en las escuelas y utilizarse con normalidad por sus hablantes en las regiones en las que se utilizan. Del reconocimiento de ese derecho a lo que han hecho de él los nacionalistas radicales media un abismo vertiginoso, hasta llegar a invertir el estatus de esas lenguas de tal manera que el castellano, lengua común a todos los españoles y a cuatrocientos millones más de ciudadanos de todo el mundo, ha pasado a ser la lengua proscrita y marginal en todos los ámbitos oficiales de algunas regiones, desde el educativo hasta el institucional, a pesar de ser la lengua materna de la mayoría de los hablantes en todas las comunidades autónomas teóricamente bilingües, incluida Cataluña. Es un caso probablemente insólito en todo el mundo, pero no lo olvidemos, para bien o para mal, “Spain is different”. Un niño puede estudiar en español como lengua vehicular, en Francia, Alemania, Marruecos o Estados Unidos, por ejemplo, pero no en Cataluña. Está, sencillamente, prohibido. En muchos estados de Estados Unidos se puede recibir correspondencia y comunicaciones oficiales en español, pero se ha convertido en impensable en ciertas comunidades autónomas de España. Nuestros visitantes extranjeros no dan crédito cuando ven que en Barcelona, Palma de Mallorca o La Coruña, ciudades que consideran españolas, las indicaciones y señalizaciones están escritas exclusivamente en su lengua vernácula y el español se omite sistemáticamente. Si no es así en el País Vasco es sencillamente porque la mayoría de sus habitantes no comprende una sola palabra del euskera, y dadas las características de esta milenaria lengua, la incomprensión sería absoluta. Que no por falta de ganas de sus gobernantes.
Digo que es un caso insólito porque la mayoría de los estados europeos también tienen lenguas regionales, pero todos respetan la primacía de la lengua común, cuando ésta existe, a veces por aportación a la cohesión nacional, a veces por simple pragmatismo y facilitación de la comunicación y movilidad de sus ciudadanos dentro del país. No es el caso de Bélgica o Suiza, por ejemplo, en donde no existe una lengua común a todos sus habitantes. Qué más quisieran que tenerla, como en España.
Los gobernantes nacionalistas de ciertas regiones, no contentos con hacer de su lengua vernácula la única “propia” en sus respectivas comunidades autónomas, exigen que también puedan utilizarla en el Congreso y el Senado, nuestros parlamentos comunes, importándoles un bledo que la mayoría de los diputados no les comprendan. Que pongan intérpretes, dicen. Pues bien, arguyendo el derecho “incontestable” de que cada uno pueda expresarse en el parlamento en su lengua, sea ésta la que sea, habría que poner en el parlamento español intérpretes de catalán, valenciano, aranés, pollensí, euskera, fabla aragonesa, bable asturiano, caló gitano, castúo extremeño, judeo-español, panocho murciano, leonés, árabe, cheli madrileño y silbo gomero, entre otras. Y espero que no me diga algún catalán o vasco que unas lenguas tienen más “categoría” que otras, pues sería arrojar piedras sobre su tejado.
Y sus aspiraciones van más lejos: que también sean oficiales en la Comunidad Europea. Pues para ser coherentes, y no con menos derechos también podrían exigirlo, entre otros, los hablantes del occitano, el provenzal, el árabe chipriota, el auvernés, el frisón, el gaélico irlandés, el gaélico escocés, el bretón, el lemosín, el corso, el gascón, el lombardo, el romanche, el galés, el poitevino-saintongés, el ligur, el istrorrumano, el aromúnico, el pontiaká, el romaní, el kurdo, el picardo, el ruteno, el arvanita, el tsaconio, el vlasi, el casubio, el sami meridional lapón, el yiddish, el macedonio, el sorabo, el ingrio, el romañol, el alto sorbio, el bajo sorbio, el laz, el olonetsiano…Son todas tan europeas como el catalán, el vasco o el gallego, así que, coherencia obliga, espero que también reivindiquen su uso a discreción en el Parlamento Europeo.
Estas son algunas de las magníficas aportaciones que nuestros vanguardistas e iluminados nacionalistas hacen a la cohesión española y europea.
Nunca les estaremos lo suficientemente agradecidos.

22 de octubre de 2008

Aulas malsonantes

Trato de explicar a mis alumnos de secundaria que las lenguas, todas las lenguas, poseen diferentes registros, y no es apropiado utilizar el mismo tipo de lenguaje en una conferencia universitaria que tomando cañas con los amigos en un bar. Ni estando en un centro escolar, en presencia de profesores adultos, que haciendo botellón en donde puedan o les dejen. No les resulta fácil de entender. Y no me extraña.
“Vete a tomar pol culo”. “De puta madre, tío, de puta madre”. “Déjame el cuaderno, tía, no seas cabrona”. “Coño, vaya hostión que s’a dao” Y así las que quieran. Estas expresiones, tan habituales y cotidianas ellas, no están recogidas en el patio de un centro penitenciario, ni en una cantina de soldados, ni en una taberna llena de borrachos a las dos de la mañana. No. Las he escuchado, las escucho a diario, en los pasillos y patios de un prestigioso instituto de nuestra ciudad, a veces en las mismas aulas, en un centro educativo. Por los alumnos y alumnas, sin distinción de sexo; en este aspecto puede estar contenta la ministra de Igualdad. De hecho podrían escucharse, de modo habitual, en cualquier recinto académico de la geografía española por críos –y crías- que no han cumplido los doce años. Así que no digamos en un parque, en una plaza o cualquier lugar de la calle, por muy rodeados que estén de adultos, entre los que, a veces, se encuentran sus mismos padres.
Hay mucha gente que esto le parece de lo más moderno, natural, fresco y espontáneo. Vamos, que es progre y de buen rollo, y que hablar con corrección y cortesía es algo desfasado y cursi, y hasta los hay que tienden a asociarlo con los “tiempos de Franco”. Hablando en clase del tema, una niña de trece años confesó el otro día que si no hablaba con tacos los demás se reirían de ella. Da qué pensar.
Así que, con gran clarividencia progresista, a base de modernidad y tolerancia absoluta, hemos conseguido que nuestro país detente el dudoso honor de ser tal vez uno de los que peor se habla del mundo –y no me refiero ahora a lo estrictamente gramatical, que esa es otra- sino al volumen y frecuencia de tacos, expresiones soeces y palabras malsonantes por minuto, sin discriminación de lugar, sexo, contexto, edad o condición social o cultural. En este aspecto, democracia plena. De la televisión al supermercado, de la tienda al parlamento (“Manda huevos”, Trillo dixit), del salón de casa a la escuela o instituto nadie se reprime un juramento o el taco más maloliente, así estuviera en presencia del mismísimo Papa de Roma. Somos, sin duda, los más modernos.
Alguien podría inferir de mis palabras que siento inclinación hacia el lenguaje remilgado o que detesto los tacos. Nada más lejos de la realidad. Nuestro vocabulario es rico en tacos y exabruptos, y el habla de germanías ocupa un destacado lugar en nuestra tradición literaria. Precisamente por el carácter transgresor, sonoro y vocativo del taco hay que preservarlo para los lugares que por derecho y naturaleza le corresponde. Si un taco es pronunciado sin el menor pudor por una niña de doce años en un colegio ha perdido su esencia rompedora y se vacía de la expresividad que le es propia. El taco debe ser un bocinazo en el discurso, una punzada expresiva que rompe la monotonía de la oración.
El taco, el juramento, la expresión deliberadamente soez tiene su lugar, su ámbito, su territorio, y por su condición transgresora sus límites deben estar perfectamente marcados en los rincones oscuros, en los derroteros de la clandestinidad. Y éste no puede ser precisamente la escuela. Si el taco pasa a engrosar las filas del lenguaje cotidiano e incluso del supuestamente académico pierde el “encanto” de su propia grosería, la que se propone el que lo profiere. Ya no es nada; apenas una muletilla inexpresiva que no denota más que incultura, mala educación y zafiedad.
Sería largo analizar las razones por las que hemos llegado a esta aberración cultural que supone saltarnos a la torera los registros idiomáticos. Lo cierto es que los dirigentes políticos del “todo vale” y el buen rollito, los que siguen confundiendo la velocidad con el tocino, no sólo han conseguido una sociedad maleducada en todos los sentidos de la palabra, sino que además nos han robado la esencia de uno de los adornos más ricos y tradicionales de nuestra lengua castellana: el taco.

11 de octubre de 2008

Semáforos con faldas

He tenido la fortuna de ser testigo de uno de los fenómenos más trascendentales de la Historia de Ceuta, tanto pasada como presente y futura; un cambio radical que sin duda alguna transformará para siempre el destino de la entrañable ciudad caballa: al muñequito de los semáforos que da paso o impide cruzar la calle le han puesto faldas. Y pelo largo. ¿No se habían fijado ustedes? Pues sí, han cambiado los semáforos de la ciudad (un pastón, supongo), y con ello han dado a la ciudad un aire de vanguardia y modernidad que no tiene nada que envidiar a las ciudades más avanzadas del planeta.
He reflexionado sobre los motivos que han podido dar lugar a tan fundamental transformación urbana, y se me han pasado por la cabeza los siguientes.
Debo suponer que a alguna cabeza iluminada –sea la ministra de Igualdad o algún miembro o miembra de la Asamblea de la ciudad- le parecía que los que había antes eran machistas, es decir, que el icono-muñequito que representaba al peatón era un varón, a pesar de ser una imagen esquemática que constaba de cabeza, cuerpo y extremidades y no se apreciaba en él, que yo sepa, atributos viriles que le significaran como tal. Tampoco me consta que hubiera mujeres que cuando se iluminaba “el macho verde” del semáforo que da paso al peatón pensaran que la cosa no iba con ellas y se inhibieran de cruzar la calle esperando que al muñequito le creciera el pelo y le salieran las faldas para poder pasar. No conozco ningún caso, pero puede que algún responsable político de nuestros destinos sí, y haya habido un aluvión de mujeres quejándose de que jamás podían cruzar la calle por no sentirse representadas por el muñequito. Todo es posible.
Puede –estoy casi seguro- que el autor de la brillantísima idea, a quien propongo desde ahora para todos los premios nacionales e internacionales que existan como mérito en la lucha por la igualdad de sexos, piense que es un o una feminista de cojones (y perdón por el oxímoron). Sin embargo, si rascamos un poquito en el trasfondo de la medida está a caballo entre la estulticia más severa y un machismo subconsciente muy torpemente disimulado.
Y pienso esto porque el muñequito peatón de toda la vida era un esquema que a mí se me antojaba bastante asexuado, neutro, casi hermafrodita, y hace falta tener una mente muy retorcida, maleada o ser un pervertido/a sexual para imaginarse el muñeco como un prototipo del macho ibérico cargado de testosterona. Quien así lo viera debería hacérselo mirar y ponerse urgentemente en tratamiento médico para evitar males mayores. Peor aún es que el genial autor de la metamorfosis urbana que nos ocupa no haya tenido mejor idea para convertir el muñequito neutro en mujer que ponerle pelo largo y unas faldas por debajo de las rodillas que parecen de lagarterana o de hace cincuenta años. Así ve el autor/a a las mujeres y tal vez piensa que son sus rasgos más característicos y que mejor la definen. No sé si es simplemente mal gusto hortera rayano en el esperpento o un preocupante machismo subliminal. Probablemente las dos cosas.
O ninguna de las dos. En el fondo creo que es, pura y simplemente, ese populismo barato de lo políticamente correcto que se ha convertido en la más chusca de las dictaduras, que nos invade por doquier y que aplaudimos hipócritamente mientras en el fondo reprimimos la carcajada.
Aunque, bien pensado, creo que la operación “semáforos con faldas” debería alegrarme. Que los políticos de la ciudad hayan decidido gastar unos cientos de miles de euros (o lo que sea) en sustituir los semáforos insultantemente machistas me hace suponer que todas las demás necesidades de infraestructuras urbanas y sociales de la ciudad están perfectamente cubiertas y atendidas, y que todos los barrios de la ciudad gozan de unos excelentes servicios. No hay más que darse una vuelta por los barrios periféricos para comprobarlo: limpieza, alcantarillado, mobiliario urbano…Todo está perfecto. Y no digamos servicios sociales: casas de acogida para mujeres maltratadas, protección a la infancia, trabajadores sociales…No nos falta de nada. Sólo faltaba tirar a la basura los semáforos viejos y machistas y comprar nuevos con faldas. Ahora sí que podemos decir que vivimos en una ciudad idílica, sin discriminación por razón de sexo y perfectamente igualitaria.
Se acabó el machismo en Ceuta: nuestros semáforos tienen faldas.

8 de septiembre de 2008

¡Deportistas al poder!

Creo que la cosa comenzó el 31 de julio, cuando la selección española de fútbol se proclamó campeona de Europa, para asombro de propios y extraños, y más tarde, en los Juegos Olímpicos de Pekín, cuando la de baloncesto obligó en la final a los mastodontes de la NBA americana a dejarse la piel para no perder el oro ante la pequeña España, esta vez ya sin asombro. Y los de balonmano, y los de hockey, y las chicas de natación sincronizada, y Rafa Nadal, oro en Pekín y número uno del mundo, y tantos otros. Se puso entonces de moda uno de esos cánticos de júbilo y borrachera, que sucedió al bellísimo y sofisticado “A por ellos oé”, y que esta vez rezaba la no menos sofisticada lírica de “Yo soy español, español, españooooooool”. Me recordaba a una de esas pegatinas que se ponían en la parte trasera de los coches hace veinte o treinta años que decía: “Zoi españó, ¡casi ná!”, o algo muy parecido. No las he vuelto a ver, tal vez porque tal y como están las cosas en algunas regiones de España te podrían quemar el coche, o quizás porque el gusto de los españoles tiende a refinarse en alguna medida.
Pues sí, reconozco que el susodicho grito de guerra que canturreaban por las calles henchidos de orgullo nuestros jóvenes y jóvenas no es precisamente el paradigma de la estética y la creatividad, y que además el estado etílico en que solía interpretarse provocaba un cierto desafinamiento que le restaba, en algún grado, parte de su exquisita belleza. Y sin embargo, qué quieren que les diga, a mi me ponía, que diría mi admirado presidente de Cantabria, y me hizo disfrutar de lo lindo. Y no precisamente por las cualidades artísticas del cantito, de las que ya he hablado, ni por mi más que dudoso patriotismo, virtud que no me adorna precisamente, sino por pensar en el mal trago que estarían pasando los otros patrioteros de aldea, también llamados “nacionalistas”, tipo gudaris batasunos, Otegis e Ibarretxes, catalanistas butifarreros de ERC y adláteres ideológicos de CiU, y los independentistas recién llegados por mimetismo de la Galiza del BNG (léase benegá, es importante). Hubiera dado cualquier cosa por ver la cara de mi siempre idolatrado Carod-Rovira al ver al equipo de baloncesto de España, plagado de catalanes, haciendo la conga en Pekín y cantando el gritito de marras ebrios de euforia en un restaurante español. O ver a Pau Gasol haciendo el anuncio de Nike en el que decía, lleno de emoción, que ahora el mundo tiene que admirar a nuestro país, y no se refería precisamente a Cataluña. O a Nadal, un mallorquín envuelto en la bandera española, para desesperación de los defensores de los Països Catalans o de los nacionalistas mallorquines del PSM. Tengo para mí que a más de uno de los políticos anteriormente mencionados le provocó, como poco, un brote de urticaria. Tanto es así que, cuando en algunas localidades del País Vasco y Cataluña la gente salíó a la calle a celebrar con el famoso cantito el triunfo de España en la Eurocopa, hubo responsables políticos nacionalistas que mandaron a sus policías autonómicas a cargar contra los peligrosos subversivos y disolverse ante semejante afrenta a las patrias vasca y catalana.
El diario catalán Avui, de tendencia nacionalista radical, y subvencionado por la Generalitat, realizó la cobertura de los Juegos Olímpicos con una sección titulada “Olimpics catalans”, en la que se mencionaba exclusivamente a los equipos españoles si en ellos había deportistas catalanes, y haciendo únicamente referencia a estos últimos. El equipo de España, sencillamente no existía. Pero para colmo del ridículo lo del diario Gara, afín a ETA. El día que España ganó la Eurocopa la noticia fue portada en prácticamente todos los diarios del mundo, incluyendo americanos, asiáticos, africanos y, por supuesto, europeos. Pues bien, el Gara llenó la mayor parte de su portada con una carrera de traineras en la que, por supuesto, participaban deportistas vascos, y en un rincón minúsculo, casi con vergüenza, recogió el triunfo de España en la Eurocopa como algo totalmente ajenos a ellos. Parece que en algunos medios de comunicación tienen serios problemas para distinguir el patriotismo de la estupidez. Y no es de extrañar: a veces no están tan lejos.
Así que mientras nuestros políticos se empecinan y desgañitan en señalar todo lo que nos divide, separa y enfrenta, desde lenguas, himnos y banderas hasta trasvases de agua, los deportistas de los equipos nacionales españoles se enfundan la camiseta roja, se olvidan de su procedencia regional, hablan y cantan en su lengua común, hacen una piña de cohesión y solidaridad, y se convierten en campeones. Y mientras éstos despiertan admiración internacional, aquellos risa y vergüenza ajena.
La elección está clara: que gobiernen los deportistas.

22 de junio de 2008

Jóvenas, miembras y monomarentales

Escribo con el programa Word, como casi todo hijo de vecino en estos días, y al escribir el título de mi columna de hoy el corrector automático me ha subrayado en rojo con estrépito (hasta me ha parecido escucharle un grito de espanto) todas sus palabras e incluso se ha permitido el lujo de cambiarme él solito la última y sustituir la segunda m por una p, pensando que se trataba de un lapsus o una errata del zoquete que esto escribe. He reconvenido al corrector de mi ordenador, y le he llamado machista, sexista y maltratador de “género”. A ver si aprende que sí existe, que lo dice el gobierno.
Claro, que el pobre corrector no tiene la culpa pues se limita a subrayar lo que en su ingenuidad piensa que no existe en la lengua castellana, y podría tener sentido si se tratara de necesarios neologismos aún no recogidos por la Academia, que según su proceso de elaboración debe esperar varios años para constatar su real implantación en el lenguaje de los hablantes, incluirlos en el diccionario y así perder su condición de neologismos.
Es evidente que todas las lenguas cambian y evolucionan, pero estas mutaciones responden, entre otros factores, a necesidades de comunicación y suelen producirse en un proceso de evolución espontánea. Pero desde luego no suelen- o no deberían- producirse jamás a consecuencia de la ignorancia de unos políticos que, en la soberbia que les proporciona el poder, se arrogan, en un intolerable gesto de despotismo, hasta la potestad de intentar cambiar una lengua.
Lo de las “jóvenas” lo he encontrado en el nombre de una asociación cordobesa llamada “Colectivo de jóvenas (sic) feministas”, que reivindican, entre otras sandeces, la imposición de las palabras “lideresa”, “marida” y “miembra”. Desconozco el predicamento con el que contará este colectivo (¿o debería decir “colectiva”?), pero he averiguado que en el año 2006 obtuvo el Premio Meridiana, por “su compromiso feminista en la lucha por la igualdad, los derechos y la dignidad de las mujeres”. Me conforta saber que el premio no es por méritos de excelencia lingüística.
No voy a extenderme ahora en explicar lo que en gramática se llama un marcador o morfema de género, o lo que es el género epiceno, algo que cualquier estudiante de los primeros años de secundaria debe saber, pero que parecen ignorar por completo nuestras comprometidas “jóvenas” de Córdoba. Tal vez no han alcanzado ese grado de escolarización o el día que se dio el tema en la clase de Lengua faltaron a clase, qué culpa tienen ellas.
A quienes sí supongo en posesión del título de bachillerato (o “bachillerata”) es a nuestra simpatiquísima y “jóvena” Ministra de Igualdad, y a la Directora General del Instituto de la Mujer, responsables de los dos últimos regüeldos lingüísticos, el último recogido ya en una resolución del BOE de fecha 29 de abril de 2008, para darle mayor oficialidad a la cosa. Las “familias “monomarentales” supongo que son las que cuentan con una sola madre, cosa bastante frecuente en nuestra cultura, pues, como es bien conocido por la sabiduría popular, madre no hay más que una. Y como coherencia obliga, en próximas resoluciones legislativas deberán hablar de los parientes y las “marientes” (o “marientas”, no sé), o de la parentela y la “marentela” y así podríamos seguir por un buen rato. No sé si con estas simpáticas ocurrencias de nuestros políticos se promueve realmente la igualdad y se combate el machismo, pero desde luego sí se fomenta bastante el entretenimiento y la risa en la calle, lo cual siempre es positivo, relaja los ánimos y ayuda a sobrellevar la crisis. Si no que se lo pregunten a la señora Bibiana, de profesión ministra, los buenos ratos que nos ha hecho pasar a todos con lo de las famosas “miembras”
Y ya que parece que el gobierno se ha atribuido la potestad ya imparable de modificar e innovar nuestra lengua, cosa que ya empezó a hacer cuando decidió que los hombres y mujeres no teníamos sexo, sino género, en la famosa Ley de Violencia de idem, no sé a qué espera para empezar a utilizar, preferiblemente en el BOE, términos como “heterogenéricos” y “homogenéricos” en lugar de homosexuales y heterosexuales, “transgenéricos” en lugar de transexuales y “bigenéricos”, en lugar de bisexuales. Un mínimo de coherencia, por favor. Si quieren renovar nuestra obsoleta y trasnochada lengua por decreto, no lo hagan a medias. Las cosas se hacen bien o no se hacen.

6 de junio de 2008

Justicia rara

Dicen que la justicia es privilegio de dioses, pero como ellos no parecen muy dispuestos a impartirla como Dios manda, y nunca mejor dicho, por ahora y mientras no haya una disposición universal contraria, habremos de conformarnos con la humana. Y de la humana se ocupan jueces, magistrados, tribunales, leguleyos de toda laya…en fin, lo que de una forma general se conoce como juristas. Como no pertenezco a tan respetable gremio, puede que para algunos todas las opiniones que vierta a partir de este momento queden descalificadas como propias de un inexperto, desconocedor o ignorante. Puede ser, pero como miembro de una sociedad democrática, de la que se supone debe emanar esa justicia, y considerándome en pleno o al menos parcial dominio de buena parte de mis facultades mentales y hasta algo de sentido común (no demasiado, no vayamos a exagerar), añadido al hecho de que la ignorancia es atrevida pues eso, que me atrevo a opinar. Así que me de dejo ya de disgresiones preambulares y voy al grano.
No entiendo nada. No entiendo como en un país moderno, del que nuestros próceres políticos no se cansan de alabar sus excelencias en materia de modernidad, desarrollo y eficacia, campen a sus anchas por las calles delincuentes de todo pelaje: maltratadores, xenófobos, nazis, pedófilos, violadores, asesinos…con antecedentes penales, convictos de delitos anteriores, reconocidos socialmente como un peligro público, y todos tan contentos. No hace falta recordar el reciente trágico caso de la niña Mariluz de Huelva o del cafre neonazi agresor de la emigrante en el metro de Barcelona, que después de que toda España vomitara viendo las imágenes en televisión, él seguía –y tal vez sigue- pavoneándose por las calles y los bares. Por no mencionar a los chorizos de despacho, traje y corbata, corruptos y mafiosos que acumulan cientos de causas penales esperando su turno en el cajón de un despacho, y mientras tanto, a seguir trincando. Porque con un poco de suerte, y dada la velocidad de la justicia, para cuando salga el juicio el acusado ya está criando malvas o bronceándose con dos mulatas en una playa de Brasil. No, no entiendo nada.
Tampoco entiendo que en nuestro país, una señora, por el hecho de ser hermana de una princesa, cuestión y asunto bastante involuntario y en el que ella no ha puesto arte ni parte, tenga que soportar a diario una plaga de esos moscardones carroñeros llamados paparazzi, que le vayan metiendo micrófonos en la boca y cegándola con flashes para acabar sus fotos adornando las portadas de la prensa rosa, o sea, la del corazón y otras vísceras. Que Telma Ortiz deba renunciar a dar tranquilamente un paseo por la calle, como podemos hacer usted o yo, y que haya pasado a ingresar, de forma totalmente involuntaria e indeseada, en la cárcel de la popularidad más nauseabunda. Y que cuando implora esa libertad, los jueces se la nieguen y la condenen probablemente al exilio. Su delito: tener los mismos padres que una persona famosa. Los sabios jueces así lo dicen. No entiendo nada.
Menos aún entiendo la última sentencia del Tribunal Constitucional, referida a la Ley de Violencia de Género, llamada así porque los políticos también se permiten modificar nuestro idioma, pasarse por el forro los consejos de la Real Academia de la Lengua y han decidido que ahora las personas no tienen sexo, sino género, como si fuéramos conceptos gramaticales. Pues bien, su sentencia avala que el Código Penal establezca diferentes penas para el mismo delito dependiendo de que éste lo cometa un hombre o una mujer. Como nuestro sistema es tan progre, no hace falta decir qué “género” se lleva el palo más gordo. Menos mal que tenemos Ministerio de Igualdad, asunto del que me ocuparé otro día. Y como sigo sin entender nada, me planteo algunas preguntas. Sí que comprendo –a pesar de mi manifiesta ignorancia- que el abuso de la superioridad física o situación de poder deba castigarse con mayor severidad, pero ¿no existe en Derecho algo llamado agravantes y atenuantes? Teniendo en cuenta la sesuda sentencia, si la mujer mide metro noventa y es luchadora de sumo, y el hombre es un anciano inválido de metro cincuenta, ¿tendría éste último mayor castigo si ambos se agrediesen? Y me acaba de asaltar una duda que me quita el sueño. En el caso de que el agresor sea transexual (que según el gobierno debería llamarse transgenérico, supongo), ¿se le aplicará la pena correspondiente a su primer “género” o al segundo? ¿A que no habían pensado en eso? Pues ya saben, señores del poder legislativo y judicial: a deliberar. A impartir justicia de la buena.

12 de mayo de 2008

El enigma de las granjas mutantes

Ha ocurrido en Andratx, preciosa localidad de la isla de Mallorca, aún mucho más bella desde que poco a poco la colina llena de pinos que desciende hacia su bahía fue poblándose de hermosos chalés que fueron disimulando, hasta hacer casi desaparecer, su tono tan rupestre y primitivo que poseía originalmente. Ahora su verde original ha adquirido el mucho más bello color del cemento y el ladrillo, pero puede que en esto no haya tenido nada que ver la mano humana, grúas y andamios, sino los fenómenos paranormales que se dan en la isla.

Hasta los alcaldes son víctimas de tan singulares fenómenos. El ex alcalde de Andratx, don Eugenio Hidalgo, en su amor por la naturaleza y las labores agropecuarias en general decidió construir una pequeña granja en un terreno rústico de su propiedad. Supongo que su intención era criar gallinitas, patos, plantar unas lechugas y unos tomates, en fin, dedicarse a la vida campestre y cambiar su despacho de primer edil de la ciudad por la bucólica labor de la agricultura. Nada más loable.

Pero resulta que el pobre hombre empezó a padecer este tipo de fenómenos paranormales que por lo visto tan frecuentes son en la isla. Resulta que cuando volvía a su granjita procedente de su despacho el bebedero de las gallinas se le había convertido en un salón, la cuadra destinada a guardar a los animales se había transformado en un par de lujosos dormitorios y el cuartito de los aperos de labranza ahora era una moderna cocina y un cuarto de baño con hidromasaje. Y todo esto iba sucediendo de manera imperceptible para el alcalde, que ha declarado recientemente en un juicio que estas mutaciones ocurrían sin que él se diera cuenta, así que cuando quiso reaccionar su pequeña granja agrícola y ganadera se había convertido en un chalet. Me hago cargo de la consternación del alcalde; su gozo en un pozo. Él quería una granja para criar gallinas y por fenómenos y mutaciones inexplicables ahora tenía un confortable chalet, algo tan alejado de su bucólica intención.

Lo curioso del caso es que cuando cernían sobre la misteriosa granja mutante reconvertida en chalet ciertas sospechas y varios expedientes de demolición, antes de que ésta fuera inspeccionada empezó a sufrir mutaciones en sentido inverso, de forma que desaparecieron los sofás y los aparadores y en su lugar aparecieron espontáneamente varios sacos de alfalfa. Y por si esto fuera poco, también apareció delante del chalet un pony, lo cual, unido a los sacos de alfalfa del salón transformó por completo el chalet mutante en la soñada granja agrícola que el alcalde siempre quiso tener. Ahora todo era completamente rústico. Al menos eso supuso el señor Hidalgo que pensarían los inspectores que pudieran visitar su casita hortícola, así que dormía tranquilo.

Estos misteriosos fenómenos paranormales no son habituales sólo en Mallorca, sino en buena parte de la geografía española, con mayor incidencia en zonas del litoral. Suceden con especial frecuencia en fincas rústicas propiedad de ediles urbanísticos, o de personas con especial afinidad sentimental con estos. De forma igualmente misteriosa hay en la geografía española miles de casetas de aperos que han sufrido inexplicables mutaciones para transformarse en chalés, en duplex y hasta en pareados. No deja de ser curioso el fenómeno.

Así que no comprendo como este buen señor está sentado ahora delante de un tribunal de justicia, y se enfrenta a una posible pena de hasta seis años de cárcel, si él mismo ha declarado en el juicio que cuando se quiso dar cuenta la granja se le había convertido en un chalet. ¿Será que el juez y el fiscal no creen en los fenómenos paranormales y en las granjas mutantes? Pues deberían creer. En primer lugar porque está demostrado que la honradez e integridad de los políticos españoles en cargos con responsabilidad urbanística es intachable. Y está claro que cuando un terreno rústico pasa a ser urbanizable es por razones de interés público muy poderosas y jamás por intereses privados o corrupción, fenómeno totalmente desconocido en España.

O bien por enigmáticos fenómenos paranormales, como el de las granjas mutantes de Andratx. Descreídos y hombres de poca fe, eso es lo que son.

25 de abril de 2008

Feminismo de pacotilla

No estoy seguro yo de que, si fuera mujer, gozara de gran competencia profesional, y hubiera sido nombrada ministra, por ejemplo, me sintiera especialmente halagado (o halagada) con la escenificación que el presidente del gobierno hace de lo que podríamos llamar, para simplificar, la “cuestión femenina”. Pero como no se dan ninguna de las tres circunstancias, ni de lejos, todo lo que escriba a partir de ahora serán meras especulaciones, pero así se escriben, a la postre, los artículos de opinión.
Durante los días que sucedieron al nombramiento del nuevo gabinete ministerial, se vertieron auténticos ríos de tinta sobre la situación que parecía más significativa de la composición del mismo: la condición de mujer de la mayoría de los ministros. El propio presidente del Gobierno, insistió hasta la machaconería en resaltar tal circunstancia, como si la disposición cromosómica de los máximos responsables de nuestro gobierno fuera un elemento capital de cara al éxito del mismo, y por ende del funcionamiento del país que a partir de ahora gobernarán.
Debo decir, que en mi ya acostumbrado hábito de nadar contra corriente, me sorprende la magnánima acogida que la puesta en escena del gabinete ha tenido en prácticamente todos los medios de comunicación, partidos políticos y en general la opinión pública. Los “progresistas” porque, para mi sorpresa, lo perciben como progresista, y los conservadores porque viven aterrorizados con que les cuelguen el sambenito de “machistas”, y al final, todos viven cómodamente instalados en ese submundo tibio, pacato y descaradamente hipócrita de lo políticamente correcto.
Tengo para mí que resaltar como primera virtud en la presentación de un ministro su condición de mujer es una actitud en la que subyace conmiseración, paternalismo y precisamente aquello que en teoría pretende combatir: sexismo y discriminación. Cuando Zapatero presentó a la señora Chacón como ministra de Defensa no disimuló en exaltar lo que parecen para él sus atributos más ponderables: ser mujer y estar en avanzado estado de gestación. ¿Tendrá otros méritos la señora Chacón para ocupar puesto de tamaña responsabilidad? Estoy convencido de que sí, y hacer alarde de su condición de mujer embarazada –maravillosa en lo personal- dejémoslo para las revistas del corazón, que es el lugar donde corresponde. Lo he dicho otras veces: me importa un bledo que un ministro, presidente del gobierno, seleccionador nacional de fútbol o máximo pontífice sea hombre o mujer, heterosexual u homosexual, o rubio o moreno; lo que me preocupa es que sea la persona más adecuada para el puesto, especialmente si cobra de mis impuestos.
Pero al presidente Zapatero le encantan los gestos populistas, y en este aspecto no se le puede negar una cierta maestría. Ha conseguido disfrazar su demagogia de feminismo, y hasta las feministas más combativas han pasado por el aro y parecen encantadas. No salgo de mi asombro. Es un obseso de las cuotas por sexo, fotos rodeado de mujeres ministras y la llamada paridad, asunto que tiene un mucho de insultante para los protegidos por decreto –en este caso protegidas-, porque en el fondo es una insinuación de supuesta incapacidad para conseguir, por méritos propios, los puestos que se asignan por la fuerza del decreto.
Señor Zapatero: le aseguro que las mujeres españolas no necesitan de sus cuotas, ni de sus propinas, ni de su aparente generosidad. Del feminismo de pacotilla. No tiene más que darse una vuelta por los colegios, por los institutos, por las universidades. Fíjese en las estadísticas, mire quiénes obtienen las mejores calificaciones. Observe cómo la mayoría de las facultades universitarias están acaparadas por las mujeres, y cómo realizan las mejores tesis doctorales, y consiguen los primeros puestos en las oposiciones y para ello no han necesitado de cuotas, ni apoyos oficiales ni propinas feministas. La sociedad española ha evolucionado de tal forma que las mujeres han accedido o accederán a las más altas esferas de poder en la sociedad gracias a su lucha contra la Historia y contra la inercia de siglos, sin ayudas de cuotas, y a partir de ahora estarán donde quieran estar. No donde diga usted, sino donde quieran ellas.
Hasta tal punto que, de seguir el Sr. Zapatero o sus sucesores obsesionados con la paridad de sexos, en un futuro no muy lejano se verá obligado a imponer a hombres en los puestos de responsabilidad por decreto de cuota (¿la llamaremos machista?), y no por méritos propios. ¿No se sentirán los ingresados por decreto con un cierto sentimiento de inferioridad respecto a sus colegas femeninos? Pues eso, que sería como ahora, pero al revés.