6 de junio de 2008

Justicia rara

Dicen que la justicia es privilegio de dioses, pero como ellos no parecen muy dispuestos a impartirla como Dios manda, y nunca mejor dicho, por ahora y mientras no haya una disposición universal contraria, habremos de conformarnos con la humana. Y de la humana se ocupan jueces, magistrados, tribunales, leguleyos de toda laya…en fin, lo que de una forma general se conoce como juristas. Como no pertenezco a tan respetable gremio, puede que para algunos todas las opiniones que vierta a partir de este momento queden descalificadas como propias de un inexperto, desconocedor o ignorante. Puede ser, pero como miembro de una sociedad democrática, de la que se supone debe emanar esa justicia, y considerándome en pleno o al menos parcial dominio de buena parte de mis facultades mentales y hasta algo de sentido común (no demasiado, no vayamos a exagerar), añadido al hecho de que la ignorancia es atrevida pues eso, que me atrevo a opinar. Así que me de dejo ya de disgresiones preambulares y voy al grano.
No entiendo nada. No entiendo como en un país moderno, del que nuestros próceres políticos no se cansan de alabar sus excelencias en materia de modernidad, desarrollo y eficacia, campen a sus anchas por las calles delincuentes de todo pelaje: maltratadores, xenófobos, nazis, pedófilos, violadores, asesinos…con antecedentes penales, convictos de delitos anteriores, reconocidos socialmente como un peligro público, y todos tan contentos. No hace falta recordar el reciente trágico caso de la niña Mariluz de Huelva o del cafre neonazi agresor de la emigrante en el metro de Barcelona, que después de que toda España vomitara viendo las imágenes en televisión, él seguía –y tal vez sigue- pavoneándose por las calles y los bares. Por no mencionar a los chorizos de despacho, traje y corbata, corruptos y mafiosos que acumulan cientos de causas penales esperando su turno en el cajón de un despacho, y mientras tanto, a seguir trincando. Porque con un poco de suerte, y dada la velocidad de la justicia, para cuando salga el juicio el acusado ya está criando malvas o bronceándose con dos mulatas en una playa de Brasil. No, no entiendo nada.
Tampoco entiendo que en nuestro país, una señora, por el hecho de ser hermana de una princesa, cuestión y asunto bastante involuntario y en el que ella no ha puesto arte ni parte, tenga que soportar a diario una plaga de esos moscardones carroñeros llamados paparazzi, que le vayan metiendo micrófonos en la boca y cegándola con flashes para acabar sus fotos adornando las portadas de la prensa rosa, o sea, la del corazón y otras vísceras. Que Telma Ortiz deba renunciar a dar tranquilamente un paseo por la calle, como podemos hacer usted o yo, y que haya pasado a ingresar, de forma totalmente involuntaria e indeseada, en la cárcel de la popularidad más nauseabunda. Y que cuando implora esa libertad, los jueces se la nieguen y la condenen probablemente al exilio. Su delito: tener los mismos padres que una persona famosa. Los sabios jueces así lo dicen. No entiendo nada.
Menos aún entiendo la última sentencia del Tribunal Constitucional, referida a la Ley de Violencia de Género, llamada así porque los políticos también se permiten modificar nuestro idioma, pasarse por el forro los consejos de la Real Academia de la Lengua y han decidido que ahora las personas no tienen sexo, sino género, como si fuéramos conceptos gramaticales. Pues bien, su sentencia avala que el Código Penal establezca diferentes penas para el mismo delito dependiendo de que éste lo cometa un hombre o una mujer. Como nuestro sistema es tan progre, no hace falta decir qué “género” se lleva el palo más gordo. Menos mal que tenemos Ministerio de Igualdad, asunto del que me ocuparé otro día. Y como sigo sin entender nada, me planteo algunas preguntas. Sí que comprendo –a pesar de mi manifiesta ignorancia- que el abuso de la superioridad física o situación de poder deba castigarse con mayor severidad, pero ¿no existe en Derecho algo llamado agravantes y atenuantes? Teniendo en cuenta la sesuda sentencia, si la mujer mide metro noventa y es luchadora de sumo, y el hombre es un anciano inválido de metro cincuenta, ¿tendría éste último mayor castigo si ambos se agrediesen? Y me acaba de asaltar una duda que me quita el sueño. En el caso de que el agresor sea transexual (que según el gobierno debería llamarse transgenérico, supongo), ¿se le aplicará la pena correspondiente a su primer “género” o al segundo? ¿A que no habían pensado en eso? Pues ya saben, señores del poder legislativo y judicial: a deliberar. A impartir justicia de la buena.

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